Por: Guillermo Alvarado
Luis Almagro, secretario general del ministerio de Colonias de Estados Unidos, también conocido como Organización de Estados Americanos, OEA, acaba de demostrar con una nueva y vulgar mentira contra Cuba que nadie es tan ruin, ni tan bajo, como para que no pueda empeorar un poco más todavía.
Este sujeto montó en el circo que dirige un espectáculo tratando de demostrar supuestas violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad cometidas por Cuba, justamente en una de las labores más dignas y reconocidas de la Revolución, como lo es la colaboración médica con países pobres o afectados por epidemias y fenómenos naturales.
Como se sabe, desde el 23 de mayo de 1963, cuando partió la primera brigada rumbo a Argelia, compuesta por 56 profesionales, Cuba comenzó a escribir una de las páginas más hermosas de solidaridad de que se tenga noticia en la historia moderna de la humanidad.
Desde entonces más de 600 mil colaboradores han prestado servicios en 160 países de todos los continentes y 35 mil 613 jóvenes de 138 naciones se formaron aquí de manera gratuita como médicos y otras especialidades de la salud.
Ahora resulta, según Almagro y otros de su especie, que Cuba utiliza a quienes cumplen misión en el exterior como “esclavos”, que hacen esta tarea en contra de su voluntad, es decir que parten obligados para que el Estado gane mucho dinero con su trabajo.
La idea no solo es perversa, sino estúpida porque si estos 600 mil médicos y técnicos que brindaron servicios en el exterior fuesen esclavos, ¿se imaginan ustedes cuántos policías tendría que desplegar La Habana en todo el mundo para impedir su fuga?
¿En qué clase de cerebro, que no sea el de Almagro, puede caber semejante cosa?
He sido testigo del trabajo de los médicos cubanos en distintos lugares. En Guatemala estuve en el municipio de La Tinta, un pequeño poblado ubicado en un recodo del río Polochic, que recorre sitios inhóspitos del noreste del país y a donde primero llegaron los trabajadores de la salud cubanos tras el paso del huracán Mitch en 1998.
En la región del altiplano visité Los Cuchumatanes, en el ramal norte de la Sierra Madre, y compartí con médicos cubanos que atendían en Chiantla, Páquix, Todos Santos y San Martín, y nunca vi un policía vigilando que no se escaparan. Al contrario, cuando luego de dos o tres semanas de labores en las aldeas se reunían en alguna casa, el ambiente era festivo, de jolgorio, como los cubanos saben hacer.
En Todos Santos compartí con la familia del médico guatemalteco Víctor Pablo Pérez, graduado en Cuba, y me comentaron que no sólo volvió hecho un profesional, sino también una persona mejor, mucho más grande desde el punto de vista humano.
¿Esclavos?, no señor Almagro. En esta historia el único esclavo es usted, de sus propias ambiciones y perversiones, que ya le hicieron olvidar que en 2013, de visita en La Habana, definió a Cuba como el país más generoso de América Latina.
Esclavo de la Casa Blanca, que le obliga a descender hasta el último escalón de la dignidad humana a cambio de migajas y le ha convertido, como dijera el Canciller de la Dignidad, Raúl Roa, en la concreción viscosa de todas las excrecencias humanas.