Por: Guillermo Alvarado
Miles de personas se congregaron en Montevideo, Uruguay, ante el monumento a los desaparecidos en América Latina para realizar una marcha silenciosa y exigir la verdad y la no repetición de estos brutales actos que aún hacen sufrir a un inmenso número de familias.
Cada 20 de mayo desde hace 24 años familiares, amigos y simpatizantes se congregan en esa urbe sudamericana para condenar una de las peores formas del terrorismo de Estado que sacudió a la región durante varias décadas del siglo pasado.
Durante el período oscuro de las dictaduras militares que exterminaron a sangre y fuego cientos de miles de personas, una práctica cruel se puso en marcha, la desaparición forzada, como se tipifica al secuestro de civiles realizado por los aparatos de seguridad del Estado.
Alrededor de cien mil hombres, mujeres y hasta niños corrieron esta suerte y la mitad de ellos se concentran en un solo país, Guatemala, donde los excesos cometidos por los militares harían palidecer de envidia a los criminales más brutales del nazismo alemán.
Otras 50 mil desapariciones ocurrieron en el Cono Sur latinoamericano y en casi todos los casos detrás de este azote se encuentra la transnacional del crimen conocida como Operación Cóndor, un pacto criminal promovido, asesorado y controlado por Estados Unidos.
Lamentablemente en Guatemala a la desaparición le está siguiendo otra afrenta tan, o más terrible, que es el olvido. Allí no hay manifestaciones para exigir la verdad y el dolor se ha circunscrito a las paredes del hogar. Los legisladores están más ocupados en hacer leyes que garanticen sus privilegios y les den impunidad y los militares insisten hasta el cansancio en negar que ocurriera un genocidio.
Afortunadamente no en todos los lugares la chispa se ha extinguido y la marcha anual de Montevideo y otras ciudades uruguayas, que este año se replicaron también en París, Madrid, Buenos Aires y Santiago de Chile, son un soplo de esperanza para quienes viven en la incertidumbre sobre cuál fue el destino de sus seres queridos.
La desaparición forzada es un acto cruel, calificado como delito de lesa humanidad, por lo tanto imprescriptible y de persecución universal, y se considera que se sigue cometiendo hasta saber con exactitud que fue de la víctima y, si murió, dónde están sus restos.
Como señalan los activistas, la verdad está en los cuarteles, en los archivos de las fuerzas armadas, en los documentos que mantienen en secreto los aparatos de inteligencia de Estados Unidos.
La verdad, también, es la única garantía de que estos excesos no se repetirán jamás y de que nunca más decenas de miles de seres humanos quedarán suspendidos en la sombra, ni vivos, ni muertos, simplemente desaparecidos.