Por: Guillermo Alvarado
A pesar de conseguir una mínima victoria en las elecciones legislativas de abril, el primer ministro sionista Benjamin Netanyahu fracasó en su intento de formar su quinto gobierno en Israel, por lo que el Parlamento acordó su disolución y la convocatoria a nuevos comicios en septiembre.
Con 35 diputados en una cámara legislativa de 120 miembros, el ahora gobernante interino no logró unir a su alrededor a las fragmentadas formaciones de derecha que miran con recelo las ansias de perpetuarse en el poder del líder del partido Likud.
Uno de los elementos fundamentales de discordia es la nueva ley del servicio militar, donde se eliminan los privilegios de que disfrutaban los estudiantes de las escuelas rabínicas, conocidas como “yeshivas”, hasta ahora exentos de ir al ejército.
La legislación es impulsada por el exministro de Defensa, Abigdor Lieberman, jefe de la agrupación ultra conservadora Israel, Nuestra Casa, cuyos votos eran clave para la reelección de Netanyahu.
Se abre así otra etapa en la crisis política en Tel Aviv, iniciada hace más de seis meses debido a las reiteradas denuncias de corrupción contra algunas de las principales figuras de la derecha sionista, entre ellos el mismo primer ministro.
No pocos señalan que el afán de reelegirse de Netanyahu no es sino una estratagema para conseguir inmunidad e impedir de esa manera ser llevado a juicio, como le ocurrió a su predecesor Ehul Olmert, condenado en 2015.
Tal es así, que aún habiendo ganado los comicios anteriores, el jefe de gobierno prefirió la disolución del Parlamento y la convocatoria a otras elecciones, ante el riesgo de que el presidente de Israel, Reuven Rivlin, encargase a su principal rival, el antiguo jefe del ejército, Benni Gantz, formar el ejecutivo.
Es una apuesta riesgosa pues podría no repetir los resultados de abril y abrir así las puertas a una nueva coalición de derecha para sustituirlo.
En todo caso, eso no significaría ningún alivio para la población palestina, que seguirá sufriendo las agresiones sionistas en la Franja de Gaza, así como el incremento de colonias judías en los territorios ocupados de Cisjordania.
Tampoco cambiarían en lo sustancial las relaciones con Estados Unidos, principal socio de Israel en el Oriente Medio, porque se trata de un vínculo estratégico para Washingtón, más allá de la cercanía casi genética entre Netanyahu y el presidente Donald Trump.
De todas maneras es un tema que conviene seguir porque para bien o para mal, sobre todo para esto último, lo que ocurra en el Estado israelí tiene una marcada influencia en una zona candente del planeta.
No olvidemos, además, que se trata de una potencia atómica, que no está sometida a regulaciones ni inspecciones internacionales y con un historial muy peligroso, que puede desatar una conflagración de grandes proporciones si conviene a sus intereses o a los de la Casa Blanca. FIN