Por: Guillermo Alvarado
México y Estados Unidos lograron un acuerdo que puso fin, por ahora, a la amenaza de imponer aranceles extras a las exportaciones del país latinoamericano hacia su vecino del norte, terminando así una semana de incertidumbre que abre paso al recuento de daños, sobre todo para saber quién gana y quien pierde con este arreglo.
Por supuesto que Trump, con su egolatría habitual, lo dio como una victoria sobre su contraparte, a la que insiste en tratar como un rival y no como un socio en el Tratado de Libre Comercio trilateral, que también incluye a Canadá.
Poco antes de cerrarse el trato, el jefe de la Casa Blanca había tenido palabras duras contra su vecino cuando dijo, por ejemplo, “ellos nos necesitan a nosotros, nosotros no los necesitamos”, o que México “robó” el 32 por ciento de la industria automotriz estadounidense, cosas que no se apegan a la realidad.
México exporta el 80 por ciento de su producción a Estados Unidos, lo que mantiene a flote la economía en varios Estados. Además, todo el mundo sabe que los fabricantes de vehículos migran al sur porque allí pagan salarios e impuestos ínfimos respecto a su país y tienen muy pocas regulaciones medioambientales.
Lo que Trump no dijo es que difícilmente el Congreso norteamericano iba a aprobar la imposición de aranceles extras. De hecho legisladores de los partidos Republicano y Demócrata, advirtieron que promoverían resoluciones contra el ejecutivo en caso de insistir en esa idea.
Asimismo, la Cámara de Comercio de Estados Unidos y el Comité Coordinador Empresarial, en un comunicado conjunto se pronunciaron contra la iniciativa del presidente y dijeron que sólo dañaría los intereses económicos compartidos.
Así pues, a pesar de su tono de matón satisfecho, al magnate inmobiliario le urgía salir de un atolladero que él mismo construyó.
Del lado mexicano, hasta donde se conoce, no cedieron más allá de lo que en meses anteriores lo habían hecho. El diario The New York Times recordó en un artículo que los compromisos de enviar efectivos de la guardia nacional a la frontera con Guatemala; aceptar en su país a quienes están en espera de resolución de una solicitud de asilo en Estados Unidos, y repatriar a los inmigrantes detenidos en su territorio, o ya se hacía, o ya se habían comprometido a hacerlo.
Desde principios de 2019 se endurecieron las condiciones para las caravanas y se deportó a miles de guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y de otros países.
Entonces, ¿quién perdió con la firma de estos acuerdos? Pues fueron las decenas de miles de personas que, engañadas por un espejismo, o desesperadas a causa de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades, comprometieron lo poco que tenían, incluso su propia vida, en el azaroso viaje hacia una tierra donde creyeron que encontrarían lo necesario para construirse un futuro mejor y salvar a sus familias.
El paraíso capitalista sigue cerrado, porque la solidaridad no es una característica de ese sistema, no forma parte de su escala de valores. Muchos ni siquiera se dan cuenta de que la competencia más feroz y el desmedido afán de lucro son, directa o indirectamente, las causas de la miseria que los empuja hacia el norte.