Por: Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece haber creído que podría asustar a la República Popular China con la amenaza de imponer nuevos aranceles a la importación de productos del país asiático por valor de 300 mil millones de dólares, pero todo le salió como la clásica patada al avispero.
La respuesta de Beijing fue sorpresiva y contundente al devaluar su moneda nacional en 1,7 por ciento frente al dólar estadounidense. En estos momentos para comprar un dólar hacen falta 7,07 yuans, un precio que no se veía hace 11 años.
Abaratar la moneda local es una medida que adoptan los países cuando su mercado internacional se ve amenazado por otro competidor fuerte, lo que es el caso después que Washington anunció impuestos adicionales de 10 por ciento a los productos chinos, que entrarían más caros al país norteño y perderían competitividad.
Si bien el presidente Trump calificó la decisión de Beijing de una violación y denunció una manipulación de divisas, en realidad no se trata más que de un acto de legítima defensa ante las agresiones de la Casa Blanca.
Al bajar el yuan se abaratan las manufacturas chinas y se hacen más competitivas en el exterior, porque se necesitan menos dólares para comprarlas.
Por el contrario, los productos foráneos se encarecen al tratar de ingresar al mercado asiático, porque hacen falta más yuanes para pagar su precio en dólares.
Hay una vieja polémica entre los especialistas sobre este tipo de decisiones, que necesariamente pasan por la soberanía monetaria de las naciones.
Si Grecia, por ejemplo, hubiese tenido la posibilidad de devaluar su moneda, quizás se habría evitado los onerosos paquetes de ayuda financiera que la Unión Europea le obligó a recibir y que tienen embargada a su economía nadie sabe por cuanto tiempo.
Sin embargo, al pertenecer a un sistema monetario regional, el euro, no lo pudo hacer y ahora debe parar las consecuencias.
No es el caso chino, que durante décadas a manejado la paridad del yuan según se muevan los mercados y, en los últimos años, de acuerdo a como evolucione la guerra comercial que le declaró Estados Unidos.
Además de la devaluación monetaria, Beijing prohibió a todas las empresas estatales comprar productos e insumos a firmas agrícolas de Estados Unidos, lo que afectará a un sector que constituye la principal base de votantes para Trump.
Entre los principales daños colaterales de esta guerra comercial, que ahora entró en una fase de conflicto de divisas entre las dos principales potencias económicas del mundo, figura el desplome a principios de semana de las principales bolsas de valores en Asia, Europa, Estados Unidos y América Latina.
Aunque ahora Trump se lamenta, no debe olvidar que fue él precisamente quien lanzó la primera piedra y, contrario a lo que aconsejaban mentes más lúcidas, se metió en aguas pantanosas contra un adversario que tiene paciencia y cuantiosos recursos para aguantar un conflicto que puede durar más allá que la presencia de la actual administración en la Casa Blanca.