Por: Guillermo Alvarado
Caprichoso, malcriado y egoísta, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, demostró una vez más lo lejos que está de los atributos que debe poseer un gobernante, cuando canceló una visita a Dinamarca porque ese país se negó a discutir la eventual venta de la isla de Groenlandia.
En septiembre el jefe de la Casa Blanca debía trasladarse a la nación europea para entrevistarse con la primera ministra, Mette Frederiksen, y sería recibido por la familia real, de donde salió la iniciativa para ese viaje.
De hecho, ya todos los preparativos estaban en marcha, lo que significa un enorme esfuerzo en temas como protocolo y seguridad y ahora las autoridades danesas se sienten ofendidas por la actitud de Trump.
En uno de sus habituales mensajes por la red de Twitter, el presidente tuvo la desfachatez de asegurar que, y cito textual: “Dinamarca es un país muy especial con gente increíble, pero en base a los comentarios de la primera ministra Mette Frederiksen de que no tendría ningún interés en debatir sobre la compra de Groenlandia, pospondré nuestra reunión prevista dentro de dos semanas para otro momento”.
Con su proverbial mal gusto y aires de emperador, agregó que: “La primera ministra ha sido capaz de ahorrar una buena cantidad de gasto y esfuerzo tanto a Estados Unidos como a Dinamarca siendo tan directa. ¡Le doy las gracias por ello y espero poder volver a agendar la cita en algún momento futuro!”.
En qué cabeza cabe que un Estado soberano vaya a vender parte de su territorio, así sea el caso de Groenlandia que pertenece a Dinamarca, pero disfruta de una gran autonomía y tiene su propia administración.
Habría que ver en que mundo se piensa el señor Trump que está viviendo. Todo parece que se cree que los millones de su fortuna personal, o los del rico país que des-gobierna, son argumento suficiente para hacer lo que le venga en gana.
Si se considera que Australia es una isla, entonces Groenlandia sería la segunda en el planeta con poco más de dos millones de kilómetros cuadrados, la mitad de ellos cubiertos de agua y hielo. Su población es de 56 mil 300 habitantes organizados en un sistema parlamentario, que elige al primer ministro local.
Desde la II Guerra Mundial Estados Unidos tiene en ese territorio la base aérea de Thule donde, por cierto, ocurrió en 1968 uno de los peores accidentes nucleares de la segunda mitad del siglo pasado.
Ahora que Trump se ha lanzado de lleno a la carrera armamentista y a nadie oculta que uno de sus blancos favoritos es Rusia, no es de extrañar que haya pasado por su mente la peregrina idea de comprar esa isla y convertirla en punta de lanza de sus operaciones ofensivas y de vigilancia.
Solo que las cosas no funcionan así y él apenas comienza a enterarse, lo que ha provocado un papelazo y enfriado las relaciones con Dinamarca, que consideraba a Estados Unidos como uno de sus socios principales dentro de la belicista OTAN. Quizás los daneses aprendan ahora a escoger mejor a sus amigos.