Por: Guillermo Alvarado
El encuentro anual del grupo de las siete naciones capitalistas más desarrolladas, que algunos comunicadores le dieron el título pomposo de Cumbre de las “Democracias” Industrializadas, finalizó en la ciudad francesa de Biarritz en medio de una serie de eventos, lamentables algunos, inesperados otros, y previsibles la mayoría.
Durante tres días el G-7 demostró que no es en absoluto un bloque cohesionado, con objetivos bien precisos, porque está salpicado de contradicciones y desencuentros que lastran cada una de sus carísimas reuniones.
Reino Unido, Canadá, Francia, Italia, Estados Unidos, Japón y Alemania tenían por delante la improbable tarea de alcanzar consensos en temas delicados, como la guerra comercial que desató el presidente Donald Trump con su disparatada política arancelaria que ya está haciendo patinar al sistema.
¿Cómo poner de acuerdo a naciones que tienen intereses contrapuestos, como ocurre entre Reino Unidos y los otros países de la Unión Europea miembros del grupo, si están peleados casi a muerte por el tema del brexit, es decir la separación de Londres del bloque continental?
De hecho el primer ministro Boris Johnson fue a Biarritz a plantear dos amenazas concretas, abandonar el mecanismo integrador sin acuerdos y negarse a pagar la compensación exigida para consumar el divorcio.
Los desencuentros fueron más profundos cuando Trump tomó partido por Londres y mandó a paseo décadas de trabajo conjunto con la Unión Europea.
Único punto rescatable de la cita fue la sorpresiva presencia del Canciller de Irán, Mohamad Yavad Zarif, un tanto a favor del anfitrión Enmanuel Macron. Aunque la delegación estadounidense no se reunió con él, su sola presencia fue un factor para la disminución de las tensiones y, quizás rescatar, in extremis, el acuerdo nuclear de 2015 que está agonizante debido a la intransigencia de Washington.
Los incendios forestales en la Amazonìa fueron tema indispensable en la reunión, donde causaron un lamentable impacto los insultos proferidos por el desatinado presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, contra la esposa del jefe de Estado francés.
Fue un espectáculo degradante el de Bolsonaro, quien no cesa en sus esfuerzos por demostrar a todo el mundo su baja calidad humana, su desprecio absoluto por las normas de conducta civilizada y su inexistente talla como jefe de Estado.
Al final, el G-7 se comprometió con la entrega de 20 millones de dólares para contribuir a mitigar el siniestro, cifra que se antoja pequeña ante la magnitud de los daños, que demorarán años en restaurarse.
Si de algo sirvió esta cumbre fue para demostrar que los más ricos del mundo capitalista están divididos y desorientados, una tendencia que no parece que vaya a mejorar en el corto plazo.
Fue una reunión donde una vez más hubo mucho ruido, pero pocas, muy pocas nueces.