Las pruebas nucleares también matan

Editado por Bárbara Gómez
2019-08-31 10:30:01

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Por: Guillermo Alvarado.

Esta semana se conmemoró el Día Internacional contra las Pruebas Nucleares, una jornada establecida por la ONU para luchar contra estos ensayos que a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado causaron centenares de miles de víctimas en cualquier parte del planeta donde se hayan realizado, la mayoría de veces sin su consentimiento.

Antonio Guterres, secretario general de la máxima entidad mundial, recordó que el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares no ha logrado entrar en vigor, a pesar de que tiene más de 20 años de existencia y que fue suscrito 184 Estados y lo ratificaron 168.

Se trata de un claro fracaso de la comunidad internacional para impedir que la detonación de artefactos atómicos, con el objetivo de perfeccionar su mortal mecanismo, deje de ser una plaga para nuestra especie, sobre todo ahora que estamos en el punto de salida de una nueva carrera armamentista liderada por el presidente de la primera potencia mundial, el magnate Donald Trump.

Si bien se considera a Hiroshima y Nagasaki como las únicas ciudades que fueron intencionalmente bombardeadas para eliminar a la mayoría de su población y es un crimen contra la humanidad que más de medio siglo después permanece impune, los ensayos que las potencias nucleares han realizado a partir del inicio de la era atómica han causado un número de víctimas mucho más grande que el horror desatado contra las dos urbes mártires de Japón.

En el centro de pruebas ubicado en el desierto de Nevada, el gobierno de Estados Unidos realizó entre 1951 y 1992 unas 928 pruebas nucleares, más de 800 bajo tierra. Un informe divulgado en 2017 calculó que solo en los primeros 20 años fallecieron como consecuencia de estas explosiones entre 340 mil y 690 mil civiles.

Francia también a dejado una estela de dolor, enfermedades y muertes por las detonaciones experimentales que entre 1960 y 1996 realizó en el Sahara argelino y numerosas islas y atolones de la Polinesia, en el Pacífico.

Decenas de lluvias radiactivas ocurrieron en ambos sitios, la mayoría con desastrosos efectos para la salud de sus habitantes. Durante mucho tiempo París se opuso a pagar una indemnización a las víctimas.

En el Sitio de Pruebas de Semipalátinsk, en Kazajastán, más conocido como El Polígono, la extinta Unión Soviética realizó unas diez pruebas anuales entre 1949 y 1989 y se estima que entre 500 mil y un millón de campesinos nómadas y otros habitantes de la zona estuvieron expuestos a las radiaciones.

También resuena con tonos funerarios los nombres de Maralinga, Emu Field y las islas Monte Bello, en Australia del Sur y Occidental, respectivamente, donde las comunidades indígenas sufren aún los efectos de los ensayos que allí realizó el Reino Unido, con total desprecio para sus vidas.

Cáncer, deformaciones, infertilidad, problemas cardiovasculares y muerte son el resultado que estas infames prácticas han dejado en poblaciones inocentes, que fueron tomadas como conejillos de indias en la más atroz de las carreras que la humanidad haya iniciado jamás y cuya meta es una montaña de cadáveres sobre las ruinas. 



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