Por: Guillermo Alvarado
La Organización Mundial de la Salud, OMS, y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, publicaron sendos informes con escalofriantes cifras sobre la mortalidad materno infantil en el mundo, un flagelo que si bien ha disminuido sigue castigando sobre todo a los países menos desarrollados.
La situación la expresó con dolorosa sencillez la directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore, cuando dijo que un nacimiento suele ser un motivo de alegría en todo el mundo, pero lamentablemente a cada once segundos se convierte en una tragedia.
En ese breve lapso de tiempo fallece un niño o una madre, la mayor parte de ellos por causas que son perfectamente evitables, lo que aumenta la significación de esta desgracia.
Si desde el comienzo de este siglo el azote ha disminuido, todavía cada año la pobreza, el abandono, la falta de voluntad política de los gobiernos, la exclusión y la ignorancia son responsables de la muerte de 2,8 millones de madres o recién nacidos, algo que no tiene justificación.
Pero no solo los neonatos están en peligro en este planeta. En 2018 perecieron en total 6,2 millones de niños menores de 15 años, de ellos 5,3 millones en sus primeros cinco años de vida. Una simple vacuna, cuyo precio es de unos pocos centavos, es en muchas ocasiones la diferencia entre una cuna y una tumba y que eso ocurra en un mundo que acumula extraordinarias riquezas da una muestra de las profundas desigualdades que nuestra especie ha sido incapaz de superar.
Así, por ejemplo, en el África subsahariana, una de las regiones más pobres y plagadas de conflictos del mundo, las muertes maternas son 50 veces superiores a las de los países desarrollados y los recién nacidos tienen 10 veces más posibilidades de fallecer en las primeras horas o días en que vinieron al mundo.
Pero muchas veces no es ni siquiera una cuestión de recursos o de dinero, sino de formas de organización social y política.
Aquí resalta el ejemplo de Cuba, un archipiélago pequeño, con una economía modesta y para más sometido a un férreo bloqueo por la principal potencia del planeta que persigue cualquier transacción internacional que haga, así sea para obtener vacunas, medicamentos y equipos para atender la salud de sus cerca de 11 millones de habitantes.
En esas condiciones, este país consiguió en 2018 la impresionante tasa de 4,0 de mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos, un logro superior a muchas naciones de las llamadas desarrolladas. Más aún, en las provincias de Camagüey, Cienfuegos, Granma y Sancti Spíritus, fue de 2,6; 2,7; 2,8; y 2,9, respectivamente, mientras en la Isla de la Juventud el resultado fue de 2,1, algo verdaderamente sorprendente.
En cuanto a la mortalidad materna, ésta fue de 38,3 por cada cien mil nacidos vivos, también entre las más bajas del mundo.
Esto se ha logrado gracias a un enorme esfuerzo colectivo, pero por encima de todo de la voluntad de la Revolución de convertir al ser humano en el centro de todo cuanto se hace, sin escatimar nada para salvar cada vida, que es el primer derecho del hombre y del que emanan todos los demás.