Por: Guillermo Alvarado
Los romanos, el imperio hegemónico de su época, le llamaban al Mediterráneo “mare nostrum, es decir nuestro mar, porque lo consideraban así, suyo por derecho propio, si bien en los últimos tiempos esa gran extensión de agua salada ha devenido tumba colectiva de miles de personas cuya vida y sueños naufragan allí.
De ser propiedad de Roma, el Mediterráneo se ha convertido en la frontera de dos mundos opuestos, la Europa desarrollada y el África empobrecida, azotada por plagas, guerras, hambre y muerte de donde buscan salir desesperadamente cada año grandes masas humanas enfrentando los riesgos que sean necesarios.
Es, como dijo alguien, un éxodo sin Moisés y también sin tierra prometida con ríos de leche y miel.
Durante el trayecto, el mar se alza como un obstáculo que para muchos se convierte en insalvable porque jamás logran llegar a la otra orilla.
Según el último balance realizado por la Organización de las Naciones Unidas en lo que va del año murieron ahogadas en el Mediterráneo más de mil personas, lo que constituye el sexto año consecutivo en que se rebasa ese número de víctimas.
Desde 2014 los fallecidos por los reiterados naufragios y la fragilidad de las embarcaciones en que intentan hacer la travesía, alcanza la cifra provisional de 14 mil seres humanos, entre hombres, mujeres y niños.
Digo que se trata de una cifra provisional porque no hay manera de conocer el costo humano exacto de esta tragedia. Para empezar, no existe ningún registro sobre el número de personas que parten de las costas africanas, para compararlo con el de aquellas que logran arribar a la meta y sacar la diferencia.
Igual ocurre con aquellos que perecen durante el recorrido por tierra o en las arenas del desierto, de cuya defunción no queda absolutamente ninguna huella legal.
Además, llegar a las costas europeas no significa que les abran las puertas y los reciban gustosos. Ocurre todo lo contrario pues cada vez son mayores las restricciones, a pesar de que en esa oleada migratoria existe una gran responsabilidad de los países del llamado viejo continente.
Así lo expresó el papa Francisco cuando criticó a aquellos que fabrican armas y las venden para ser utilizadas en guerras fuera de su territorio, y luego se niegan a aceptar a quienes llegan huyendo de tales enfrentamientos.
El mundo, dijo el pontífice, se está convirtiendo en un lugar cada vez más elitista y cruel con los excluidos, los pobres y aquellos que sufren los efectos de una cultura “de usar y tirar” cada vez más arraigada.
El vocero de la Organización Internacional para las Migraciones, Leonard Doyle, calificó lo que está ocurriendo en el Mediterráneo como una vergüenza y dijo que es el resultado del incremento de mensajes contra los migrantes en la política mundial.
En fin, vivimos en un mundo donde los que fabrican la pobreza, luego no quieren saber nada de los pobres, no sea que les estropeen el paisaje.