Por: Roberto Morejón
Estados Unidos trata de frenar, infructuosamente, la creciente presencia económica de China en América Latina, donde valoran positivamente los buenos resultados por ese vínculo.
Ante la irritación de los inquilinos de la Casa Blanca, China se convirtió en un socio comercial importante y fuente imprescindible de inversiones directas en países de habla hispana, portuguesa e inglesa.
El ultraderechista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, trató de tomar distancia de China al inicio de su mandato, empeñado en acercarse a su modelo, Donald Trump, pero sus consejeros le recordaron los lazos ya existentes con la nación asiática.
Es cierto que en términos de comercio e inversión, Estados Unidos continúa como el socio más importante de América Latina, pero la diferencia con China se reduce.
Según la CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe, China invirtió cerca de 90 mil millones de dólares en la región entre 2005 y 2016.
Las autoridades del gigante asiático anunciaron en 2015 planes para duplicar el volumen de negocios comerciales con América Latina de 250 mil a 500 mil millones de dólares con vista a 2025.
Por ese camino, China se convirtió en el mayor inversionista extranjero en la rama tecnológica latinoamericana.
Los países del área que no pueden ofrecer un gran mercado interno a los artículos chinos poseen materias primas de interés para Beijing.
Ese mismo actor económico financia a la par grandes proyectos de inversión en sectores de energía y transporte al sur del Río Bravo.
Igualmente está presente en obras de infraestructura, servicios financieros, adquisición de bienes raíces para alquiler y actividades manufactureras.
En la actualidad, China figura como el principal surtidor de financiamiento de proyectos de desarrollo regional, por delante de prestamistas tradicionales como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo.
Según un informe del Foro Económico Mundial, China es el principal socio de Argentina, Brasil, Chile, Perú y Uruguay, y el segundo de México.
Hacia esos y otros países marchan con propuestas los representantes de bancos chinos, quienes son elogiados por NO colocar condicionamientos políticos.
Los estadounidenses ponen en entredicho esa cualidad de China, tan acostumbrados como están a considerar a América Latina como su patio trasero.
Además, la administración de Donald Trump percibe al país asiático como un rival, una amenaza y un obstáculo a sus intereses hegemónicos.
Pero tendrá que resignarse porque hasta gobernantes de derecha hicieron maletas para viajar a China a discutir planes conjuntos, sin pasar por Washington.