Por: Guillermo Alvarado
Ocupar y controlar a América Latina y El Caribe para Estados Unidos no es sólo una cuestión de patios traseros, sino la manifestación de un derecho divino que intenta llevar a la práctica por varios métodos, entre ellos la imposición del neoliberalismo y la instalación de bases militares.
Son dos conceptos que para Washington van de la mano y por eso busca crear gobiernos locales con las condiciones políticas y económicas favorables a sus designios, como llave para la penetración de sus ejércitos.
Hace unas décadas lo primero lo conseguía por medio de las dictaduras, ya fuesen civiles o militares, a las que alentaba, aprobaba y mantenía, como en el Haití del clan Duvalier, la Nicaragua de los Somoza, el Paraguay bajo la bota de Stroessner y los regímenes castrenses de Guatemala, El Salvador, Chile, Argentina, Uruguay y otros de una larga lista.
Los tiempos cambian y los métodos imperiales no son inmunes a este principio, así que ahora se propician las administraciones afines a las tésis neoliberales, que tarde o temprano terminan aceptando bases o personal militar.
Un ejemplo claro es Ecuador, de donde la Revolución Ciudadana los expulsó de Manta y ahora Lenin Moreno trata de dejarlos entrar nada menos que por las islas Galápagos, con el falaz argumento de contribuir a la lucha contra las mafias del narcotráfico y otras formas del crimen organizado.
Digo que se trata de una excusa falsa, porque si el verdadero propósito de las bases militares estadounidenses fuese el combate al trasiego ilícito de estupefacientes, algo se habría notado ya.
En Colombia hay nueve de estas instalaciones, incluidas las muy modernas de Apiay, Tolemaida, Palanquero y Larandia. En ese país, sin embargo, continúa sin ninguna merma la siembra, producción y traslado de drogas precisamente hacia el mercado de Estados Unidos, el mayor del planeta.
Fuera del discurso dirigido a ciudadanos poco informados o muy ingénuos, el verdadero motivo de las 75 bases que Washington, abierta o disimuladamente, tiene en nuestra región no es otro que controlar el uso de enormes recursos naturales, sean hidrocarburos, minerales, las llamadas tierras raras, los bosques y el agua que abundan en muchos de nuestros países.
Para la Casa Blanca es como música en sus oídos la instalación del neoliberalismo en Brasil, primero con el golpista Michel Temer y ahora con su súbdito incondicional Jair Bolsonaro, porque eso le abre las puertas a la inmensamente rica Amazonía.
No es casualidad que entre los diez países con las mayores reservas de agua dulce del mundo hay tres latinoaméricanos: Brasil, con el primer sitio; Colombia en el sexto lugar; y Perú en el octavo.
En esta América Nuestra también hay bases militares europeas, pero este es tema, amigos, del que continuaremos hablando mañana. Hasta entonces.