Por: Roberto Morejón
El ultraderechista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, acuñó en la Asamblea General de la ONU un calificativo seguramente soñado, el de aliado incondicional de Estados Unidos, en especial del sancionador primer mandatario, Donald Trump.
A despecho de la tendencia prevaleciente en el órgano más democrático de la ONU, el ex capitán del ejército brasileño obligó a su país a dar un salto al vacío en política y diplomacia, al votar en contra de una resolución expuesta por Cuba.
La mayor de las Antillas presentó por vigésimo octava ocasión una resolución para instar a poner fin al genocida bloqueo estadounidense y 187 países la secundaron.
Estados Unidos y su cómplice de fechorías, Israel, volvieron a sufragar adversamente ante la moción de La Habana, saludada clamorosamente durante dos jornadas.
Fue así porque la abrumadora mayoría de la comunidad internacional rechaza el unilateralismo y la extraterritorialidad de las medidas de Washington, con la excepción flagrante del gobernante brasileño, capaz de justificar el comportamiento represivo de la dictadura militar en su país.
El mismo primer mandatario que acaba de entrometerse descortésmente en los procesos electorales de Argentina y Uruguay, acompañó su gestión en Brasil con un discurso chocante contra Cuba, muy ofensivo con sus médicos.
A sabiendas de que cualquier gesto contrario a los esfuerzos de Cuba por denunciar el bloqueo estadounidense sería del agrado del gobierno de Estados Unidos, Bolsonaro ordenó votar en contra de la resolución expuesta en la ONU.
De esa forma rompió una tradición latinoamericana de acompañar al país caribeño en el organismo internacional y sumó en el descrédito la política exterior de la extensa nación sudamericana.
Atrás quedaba, sepultada por la incompetencia y genuflexión de Bolsonaro, una política exterior que durante los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff tuvo voz propia y abogó por la unidad del subcontinente.
Quien en Brasil afirmó ser “enviado” de Dios, se ha subordinado escandalosamente a Trump, a quien dice admirar, y aproximó Brasil a Israel, en detrimento de causas justas.
En abierto nepotismo, Bolsonaro introduce a sus hijos en la política oficial y además negó que la Amazonía sea el pulmón del mundo, sometió a explotación vandálica aquel territorio virgen y desestimó que sus árboles ardían en fuegos descontrolados.
Con una ideologización extrema de la política exterior unido a su fundamentalismo religioso y carencia de habilidades, Jair Bolsonaro coloca a su gobierno ---y NO al valeroso pueblo brasileño--- a expensas del escarnio.