Por: Roberto Morejón
El golpe oligárquico-militar contra el presidente boliviano, Evo Morales, apeló a la represión y a la mentira para ganar crédito internacional.
Uno de las primeros embustes de los forajidos actuantes en La Paz fue el de pretender que la asonada no era tal, sin importarles que el jefe de las fuerzas armadas, Williams Káliman, instara a Evo a hacerse a un lado e impusiera el fajín presidencial a la impostora Jeanine Áñez.
Otra patraña de los golpistas consistió en presentar a extranjeros como supuestos responsables de las protestas luego de la obligada renuncia del presidente constitucional.
La farsa continuó con el afianzamiento de la guerra de cuarta generación, iniciada antes de las elecciones del 20 de octubre.
Operaciones subversivas de la policía y de grupos paramilitares pagados por el cabecilla Luis Fernando Camacho, y la propaganda desfavorable y mentirosa sobre Evo y el Movimiento al Socialismo en las redes sociales, integraron el arsenal de esa modalidad de guerra.
El candidato derechista Carlos Mesa invocó fraude en las urnas a favor del Movimiento al Socialismo, una etiqueta reforzada por el parcializado recuento de votos de la OEA, interesada en desplazar a Evo.
Estudiosos evidenciaron posteriormente que irregularidades menores en el conteo nunca pusieron en entredicho el margen de diez puntos a favor del presidente constitucional sobre su más cercano rival.
Otra bochornosa arista del engaño impuesto en Bolivia se relaciona con las cuentas falsas en redes sociales de simpatizantes de Camacho.
Prestigiosos analistas analizaron cuentas de Twitter y denunciaron la aparición de miles de perfiles falsos en noviembre como parte de la maquinaria del derrocamiento del gobierno.
El bioinformático argentino Rodrigo Quiroga documentó más de 30 mil cuentas de seguidores de Camacho que constan de un nombre seguido exactamente de 8 dígitos.
Julían Macías, a cargo de redes sociales del partido español Podemos, demostró que más de 68 mil cuentas falsas recién creadas operaron en Twitter para secundar el complot contra las autoridades.
En ese hilo calumnioso, el régimen de facto en Bolivia la emprendió contra la prensa para ocultar sus maniobras y la represión de las protestas.
Hasta la senadora Áñez, quien juró como presidenta biblia en mano, ofreció una imagen fingida de su persona.
A pesar de su tez morena, dijo tener una “mezcla de rasgos arios y nórdicos”, para luego rematar: “No tengo nada que ver con los coyas bolivianos”.
Sin desearlo, puso al desnudo la connotación racista del régimen actuante en Bolivia.