Por: Roberto Morejón
La dupla política conformada por el presidente estadounidense, Donald Trump, y el senador Marco Rubio, descansa en una plataforma de odio, autoritarismo y agresividad contra los que no los siguen.
Tan identificados están en la articulación de una estrategia espuria basada en las sanciones y desestabilización de otros Estados, que el legislador de difusa esencia cubana organizó una defensa ciega de su jefe, cuando este ordenó asesinar al general iraní Qassim Soleimani.
Rubio desafía a millones de detractores del magnate republicano porque consideran que extralimitó sus funciones y poderes, y llevó a Estados Unidos al borde de una guerra mediante un crimen.
El congresista paga así al inquilino de la Casa Blanca por aceptar sus consejos y delinear una aberrante política hacia Cuba que incluye penalizaciones casi a una por semana, como promedio.
El halcón de la Florida despunta a la cabeza de una columna de omnipotentes asesores de Trump, todos listos a alabar cada nuevo apremio contra los cubanos, mientras más cruel mejor.
Entre las ferocidades destaca el plan para entorpecer los suministros de combustible a la mayor de las Antillas y paralizarla, con el argumento de castigar al gobierno, aunque el impacto llega a todos los habitantes.
En la cuerda de obstaculizar los suministros energéticos a La Habana se encuentra la sanción contra una empresa local, entre cuyos propósitos figura adquirir gas licuado de petróleo, esencial, entre otros fines, para la cocción de alimentos de muchas familias.
Como derivación, la Unión Cubapetróleo debió reducir el consumo de gas licuado para la población, hasta tanto consiga un abastecimiento estable desde el exterior, aunque garantizó servicios colectivos básicos.
Rubio, quien según El Nuevo Herald describió como convincente el asesinato del general iraní, debe estar ponderando los nuevos contratiempos en la vida cotidiana de los cubanos.
El diario afirma categóricamente que el parlamentario extremista trabaja para Trump y este último lo hace para Rubio, de ahí el consenso al más alto nivel en el dilatado inventario de coerciones contra la mayor de las Antillas.
El subordinado y a la vez asesor de Trump para las sanciones en el exterior juega al duro, como en el béisbol, para distraer la atención del juicio político contra el inquilino de la Casa Blanca.
El aturdido hostigamiento a Cuba ----y también a Venezuela--- es una carta de Rubio y Trump para afincar a este último como un gobernante con mano de hierro de cara a los comicios de 2020.
Mientras elabora nuevas argucias anticubanas, el consejero piensa en premios en caso de un segundo mandato del actual presidente.