Por: Guillermo Alvarado.
El juicio político para decidir sobre la destitución del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comenzará la semana próxima en el Senado de ese país, sin que pueda uno evadir la sensación de que se trata de una parodia, un espectáculo de circo de dudoso buen gusto, y no de un proceso serio.
Los cargos fueron oficialmente presentados, así como los siete representante encargados de presentar el caso que serán encabezados por los presidentes de los comités de inteligencia y judicial de la Cámara Baja, Adam Schift y Jerry Nadler, respectivamente.
En el proceso, conocido como impeachment, Trump será juzgado por abuso de poder y obstrucción al Congreso por haber presionado al presidente de Ucrania, Volodomir Zelensky, para investigar a un rival político y luego obstaculizar las investigaciones sobre este hecho.
Se dice que los argumentos contra el jefe de la Casa Blanca son contundentes y para darle un toque dramático al asunto, ronda la posible declaración de John Bolton, antiguo asesor de Seguridad Nacional de Trump, quien debe conocer unas cuantas cosas de su exjefe.
Pero al final nada de eso importa, porque el veredicto se conoce por anticipado y es que los senadores del partido Republicano, que son mayoría en ese recinto, van a absolver a Trump, con, o sin evidencias y entonces es justo preguntarse ¿qué es lo que está en juego?.
Los demócratas esperan que en el curso del proceso se arroje suficiente barro sobre el presidente, como para lastrar su candidatura a la reelección. El mero hecho de ser el tercer gobernante en la historia de esa nación en ser sometido a impeachment lo deja marcado, porque significa que cometió suficientes faltas como para llegar a esta situación.
La absolución, por otro lado, le permitirá al manipulador magnate pasar de acusado a víctima y darle mayor beligerancia de cara a la campaña para los comicios del 3 de noviembre venidero.
Existe el riesgo real, que nadie sabe si los demócratas calibraron lo suficiente, de que un Trump envalentonado al vencer en el juicio político se convierta en una máquina de ganar votos.
Los tiempos, los alegatos y las circunstancias nos demuestran que no estamos de ninguna manera ante un proceso judicial sino en un acto de campaña, que tendrá incidencia a lo largo de todo el año y cuyo efecto verdadero se verá en los comicios.
No están en juego para nada el bien del país ni de la gente, sino los intereses de las cúpulas de las agrupaciones políticas.
Cuando la líder del partido Demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, envió los cargos contra el presidente Trump al Senado expresó que “hoy haremos historia”. Puede ser que así sea, en efecto, pero falta conocer si a la larga será para bien, o para mal.