Por: Guillermo Alvarado
Exactamente a las doce de la noche de este viernes, 31 de enero de 2020, se consumará la separación formal del Reino Unido y la Unión Europea, un tortuoso proceso iniciado el 23 de junio de 2016 y que les costó el cargo a dos primeros ministros, David Cameron y Theresa May.
Cameron prometió durante su campaña electoral someter a votación popular la permanencia en el bloque continental, si bien apostó por que la población decidiera continuar ese vínculo y cumplir sus obligaciones, en particular la libertad de desplazamiento de personas, mercancías, servicios y capitales.
Su derrota forzó la renuncia del jefe de gobierno y abrió paso a Theresa May, a quien le tocó realizar las negociaciones con Bruselas, sede de la Comisión Europea, acerca de los términos del divorcio.
Los reveses reiterados de sus propuestas en el Parlamento británico le forzaron a abandonar el puesto el 24 de julio de 2019, cediendo el puesto a Boris Johnson, un ferviente defensor del brexit por la vía que fuese posible.
Para romper el bloqueo legislativo, convocó a elecciones el 12 de diciembre del año pasado, cuando recibió un abrumador apoyo que le permitió una mayoría absoluta de 363 escaños, frente a los 203 de sus rivales laboristas, que apostaban por mantenerse en el bloque.
La separación estaba prevista para el 29 de marzo de 2019, pero el plazo se fue extendiendo paulatinamente, hasta fijar el 31 de enero como fecha límite, si bien todavía falta negociar cómo se van a romper los nexos.
A partir de mañana, 1 de febrero y hasta el último día de este año deben acordarse asuntos complejos, entre ellos un eventual acuerdo comercial entre Londres y la Unión Europea, formada ya por 27 miembros.
En el ínterin seguirán funcionando los acuerdos anteriores, es decir que se mantendrá la libre circulación de ciudadanos europeos y los capitales y las mercancías mantendrán sus privilegios, así como se respetarán las reglas aduaneras comunes.
Es una madeja de temas complicados que se fue tejiendo desde que en enero de 1973 el Reino Unido decidió incorporarse a ese mecanismo integrador, aunque mantuvo su propia moneda, la libra esterlina, y su mercado financiero, uno de los más grandes del mundo.
Un problema que requiere atención es cómo quedará la situación en la isla de Irlanda, cuya porción norte forma parte del Reino Unido y el sur es una república independiente, que seguirá siendo miembro de la Unión Europea.
Incluso hay incertidumbre sobre cuál será el papel de los equipos británicos en las competiciones europeas en deportes tan populares como el fútbol o la fórmula uno de automovilismo.
Una era termina esta medianoche para una y otra parte y se abre un compás de espera donde la palabra la tendrán los negociadores, ya veremos.