Por: Roberto Morejón
En los meses de febrero y marzo, los carnavales pasan a primer plano en América Latina, pues sirven como esparcimiento, sustento de vida y catarsis social.
Fiesta importante y popular, los carnavales implican derroche de sensualidad, belleza y color y su origen se remonta a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de 5 mil años.
Desde la época del Imperio Romano la costumbre se difundió a Europa y los colonizadores la trajeron a América, donde posteriormente recibieron el influjo de los esclavos africanos.
Bajo la tradición cristiana, los carnavales se asocian al preámbulo de la cuaresma y dan paso al esplendor de música y danzas en Barranquilla, Colombia; Montevideo, Uruguay; Oruro, Bolivia; Corrientes, Argentina; o Santo Domingo, República Dominicana.
Carrozas, grupos con máscaras y disfraces, bailarines exóticos, bebidas y comestibles salpican las demostraciones con uno de sus hitos en Brasil, en especial en Río de Janeiro.
En cualquier ciudad millones de personas liberan represiones internas, lamentan frustraciones económicas, claman por tiempos mejores y denuncian la persecución al aborto, los feminicidios, la violencia paramilitar o los desmanes de gobiernos de turno.
Es el caso de Brasil, donde miles de personas tomaron como blanco por estos días al impopular presidente ultraderechista Jair Bolsonaro, misógino y racista.
En Corrientes o Barranquilla denunciaron los rigores de los programas neoliberales que llevaron a la miseria a millones de familias, aun cuando acudieron a las celebraciones para olvidar sus sinsabores.
Desde otro ángulo, comerciantes y empresarios aumentan sus ganancias por la pomposidad de disfraces, máscaras y carrozas o la llegada de turistas.
Si bien muchos acceden gratuitamente a los desfiles, otros prefieren comprar accesos para verlos desde palcos dispuestos a lo largo de circuitos, con el consiguiente ingreso monetario a las arcas de los organizadores.
Las fiestas obligan a la creación de empleos temporales y permanentes para artesanos, músicos, diseñadores de vestuario, costureros, coreógrafos y utileros.
El Banco Interamericano de Desarrollo asegura que los carnavales representan una manifestación gigantesca del potencial de las industrias creativas, capaz de generar ingresos por casi 124 mil millones de dólares al año en América Latina y el Caribe.
Así que este tipo de jolgorio va más allá de una demostración de cultura y tradiciones.
Arroja aire a las economías, pone sobre el tapete inquietudes sociales y coloca en tensión a gobernantes autoritarios, temerosos de que la avalancha musical trascienda a manifestaciones de calle con demandas políticas.