Por: Guillermo Alvarado
Hay una pintura famosa titulada El triunfo de la Muerte, creada en 1563 por el maestro flamenco Pieter Brueghel, apodado “El viejo”, donde ofrece su visión del fin de la humanidad por una plaga representada por un ejército de esqueletos que matan sin importar edad, clase social o creencias.
En la parte superior izquierda llamas y nubes de humo negro indican una destrucción sin límites, en el centro numerosos cadáveres, algunos en féretros abiertos y otros tirados en el suelo, mientras grupos de hombres son empujados dentro un gran ataúd, en señal de lo que les aguarda.
Sin los ribetes dramáticos de la pintura medieval, no puede uno menos que pensar en las imágenes que han dado la vuelta al mundo de lo ocurrido en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, donde los muertos se amontonan en aceras, calles y casas ante la desesperación de familiares y vecinos.
Si bien el gobierno de Lenin Moreno se niega a incluir estos cuerpos en las estadísticas oficiales de la Covid-19, alegando que no se sabe por qué fallecieron, la verdad es que no existe otra explicación plausible.
Directa, o indirectamente, los muertos de Guayaquil están relacionados con la pandemia que recorre el mundo. La falta de previsión de las autoridades provocó rápidamente la saturación de hospitales y del sistema funerario, éste último en manos privadas con precios que dejan fuera a los pobres.
Ecuador registró el primer caso de Covid-19 el 3 de febrero, hace ya dos meses y tres días, pero el ejecutivo no le dio ninguna importancia.
A estas alturas de abril, en Guayaquil hay más de dos mil casos comprobados, pero la realidad puede ser mayor porque no tienen suficientes reactivos para hacer pruebas masivas. En algunos laboratorios particulares cuesta entre 250 y 300 dólares, un panorama similar a lo que ocurre en todo el país.
Si esto fuese en Haití, uno podría quizás explicarlo de alguna manera por pobreza endémica de ese país caribeño. Pero en Ecuador tiene otras causas, vinculadas con la conducta del gobierno de Lenin Moreno.
Apenas instalado en el poder se dio a la tarea de desmontar todo lo que había construido la Revolución Ciudadana. Desmanteló el sistema de salud y seguridad social, incrementó la pobreza y el hambre, subió los precios de servicios públicos indispensables y expulsó a los médicos cubanos.
En la parte inferior derecha del cuadro de Brueghel hay dos jóvenes amantes que cantan y tocan música, ajenos al horror que los rodea. Será quizás un mensaje de esperanza que tanto necesita hoy día este agobiado mundo, donde no sobran muestras de solidaridad porque todavía para muchos el poder y el dinero son más importantes que la vida.