Por: Guillermo Alvarado
Tras un año y cuatro meses en el gobierno, el polémico presidente de Brasil, Jair Messias Bolsonaro, atraviesa momentos de máxima debilidad que llevan a pensar incluso en un abrupto final de su gestión mientras la pandemia de Covid-19 hace estragos entre la población, sobre todo en los más pobres.
El gobernante despidió hace una semana al ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, una de las pocas cabezas lúcidas de su gabinete en cómo enfrentar la grave crisis sanitaria, lo que provocó agrios desencuentros con su jefe así como una gran simpatía entre la gente.
Pero lo que nadie se esperaba ocurrió días más tarde cuando comenzaron a circular rumores sobre la renuncia del poderoso ministro de Justicia, Sergio Moro, un hombre ambicioso y con un ego y pocos escrúpulos casi tan grandes como los del presidente.
Los rumores se hicieron realidad pero esta vez, a diferencia del caso Mandetta, hubo un enfrentamiento de raíces mucho más oscuras Bolsonaro tenía pavor a las investigaciones que llevaba adelante el director general de la Policía Federal, Mauricio Valeixo, en particular las concernientes a un grupo de diputados afines al presidente y que podrían tocar a dos de sus hijos, Flavio y Carlos, vinculados a corrupción.
Pero Valeixo era el hombre de absoluta confianza de Moro. Venían trabajando juntos desde el caso Lava Jato y ambos participaron en el escandaloso proceso que llevó injustamente a la cárcel al expresidente Luis Inacio Lula Da Silva.
Al despedirlo, Bolsonaro le quitaba parte sustancial de su poder al antiguo juez. Distancias aparte, en Brasil la Policía Federal es un organismo tan fuerte como el FBI en Estados Unidos.
Las amarguras de Bolsonaro podrían continuar, pues en la conferencia de prensa que dio para anunciar la renuncia de Sergio Moro apareció rodeado de todos sus ministros, incluido el pinochetista Paulo Guedes, a cargo de la cartera de Economía, que es otra de las estrellas del ejecutivo neoliberal.
Pues bien, Guedes se presentó, a diferencia de sus colegas todos emperifollados, en mangas de camisa, con nasobuco y, según algunas versiones, descalzo. Que vaya en camiseta y calcetines quizás no importe tanto, pero el nasobuco es un claro enfrentamiento al presidente, que sigue negando la gravedad de la pandemia.
Brasil tiene en estos momentos más de 53 mil contagios y mil 400 fallecidos por la Covid-19 y la exasperación está llegando a tal grado que tres ex ministros de salud presentaron ante la Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU una denuncia contra Bolsonaro por “potencial genocidio”.
Se diluye, se desvanece y ojalá desaparezca pronto uno de los gobernantes más ineptos que ha tenido jamás ese bello y gran país.