Por: Guillermo Alvarado
Empeñado en desviar la atención pública mundial del pésimo desempeño en el control de la pandemia de Covid-19, el gobierno de Estados Unidos insiste en responsabilizar a China por la creación y difusión del SARS-CoV-2, teoría que va a contrapelo con la opinión de la comunidad científica.
Así pues, este domingo volvió a la carga el secretario de Estado, Mike Pompeo, cuando en declaraciones a la prensa aseguró que existe una gran cantidad de pruebas de que el virus fue creado en un laboratorio en la ciudad de Wuhan, del gigante asiático.
Con la misma incontinencia verbal que su jefe, el presidente Donald Trump, el funcionario fue aún más allá y dijo que “China tiene un historial de infectar al mundo”, lo que es no sólo una infamia, sino que una distorsión brutal de la realidad.
Pompeo, como antiguo jefe de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, tiene que haberse leído unos cuantos expedientes y entonces sabe bien que si hay un país con un historial contundente en el uso y abuso de armas químicas y biológicas, es precisamente Estados Unidos.
Para muestra sobran botones. Contra Cuba la potencia norteña ha utilizado un amplio arsenal de productos como lo demuestra este somero recuento: A partir de 1962, cuando se aprobó en Estados Unidos la Operación Mangosta aparecieron en el archipiélago enfermedades antes desconocidas, como la Newcastle en las aves de corral; el virus colletotrichum falcatum que afectó la producción de azúcar; la roya en la caña y el moho azul del tabaco.
En 1971 y 1980 se desató la fiebre porcina que obligó a sacrificar más de 800 mil cerdos, y en 1981 surgió una epidemia de dengue que afectó a 300 mil personas y causó la muerte a 158, de ellos 102 niños.
Luego de la caída del campo socialista europeo, Washington pretendió agudizar las necesidades del pueblo cubano con la introducción de plagas como la mamilitis ulcerativa de la vaca lechera, la sigatoka negra en el plátano, la acarosis de las abejas, el fusarium del tabaco, la hemorragia viral del conejo, el pulgón negro y el minador de los cítricos, recordó el investigador Pedro Etcheverry Vásquez en la revista Bohemia.
Hay abundante evidencia, de la real, no la inventada por Pompeo, de que todo eso y mucho más vino de Estados Unidos, que también esparció el agente naranja sobre Vietnam y utilizó municiones con uranio empobrecido en Iraq.
En sus delirios imperiales de dominación la potencia norteña no conoce barreras, por eso el señor Pompeo haría mejor en cerrar la boca y tener presente aquello de que, el que dice lo que no debe, termina escuchando lo que no quiere.