Por: Guillermo Alvarado
En estos días en que se multiplican por todo el mundo las protestas contra la violencia y el racismo, ocurrió en Guatemala un horrendo crimen motivado también por la discriminación, combinada con el fanatismo y una profunda ignorancia que han permanecido durante siglos en esa sociedad.
Los lamentables hechos ocurrieron en la aldea de Chimay, del municipio de San Luis Petén, en la relativamente aislada región norte del país centroamericano. Allí una turba atacó y quemó vivo al investigador maya Domingo Choc, al que acusaron de practicar brujería.
Pronto, en 2024, se cumplirán 500 años de la irrupción de los colonizadores europeos al territorio guatemalteco y con ello la ruptura de la historia de pueblos milenarios y el comienzo de males nunca vistos en estas tierras.
Pedro de Alvarado y sus huestes venían de destruir maravillosas civilizaciones en el actual México y se dispusieron a hacer lo mismo en nuevos territorios conquistados con la combinación letal de la cruz y la espada.
La religión fue la justificación ideológica de la muerte de cientos de miles, quizás millones de personas para facilitar el robo de sus riquezas naturales, como el oro, la plata, fértiles tierras y mano de obra esclavizada.
Como no hay mejor manera para romper un cuerpo que hacerlo primero con su alma, los conquistadores redujeron las ciencias, conocimientos y prácticas de estos pueblos al concepto medieval de “brujería”, adoración satánica.
Los rituales se volvieron clandestinos, los Ajq’ij, sus guías espirituales, tuvieron que refugiarse en lo profundo de los montes para preservar sus creencias y la sabiduría maya se volvió sospechosa.
Así lo sembró en las mentes el brutal obispo Diego de Landa en el poblado de Maní, Yucarán, donde en 1562 quemó cientos de libros, los llamados códices, inscripciones, objetos de culto y manuales científicos en una gran hoguera que todavía hoy ensombrece la historia.
A Domingo Choc también lo quemaron hace unos días por brujo. Las creencias infames, el racismo, todavía están muy arraigados. No importó que fuera un reconocido científico e investigador.
Colaboraba en proyectos de desarrollo con las universidades de Zurich, Suiza; el University College London, en Inglaterra, y la Universidad del Valle de Guatemala. Ayudaba, también, en la redacción de un libro sobre la ciencia herbal maya, según reveló la antropóloga y socióloga Mónica Berger.
No hubo, ni creo que las haya, grandes manifestaciones contra este crimen racista y de odio. Para muchos, quizás, sólo era un “indio”, y brujo, además, y no se imaginan en sus reducidas mentes todo el conocimiento perdido, toda la sabiduría acumulada en este ser humano que jamás mereció tal suerte.