Por: Guillermo Alvarado
Si bien dejó de ser el foco mundial de la pandemia de covid-19 y casi todos sus miembros avanzan a la normalización de sus actividades, la Unión Europea tiene por delante meses, quizás años, muy complejos donde estará en juego su capacidad para resarcir los daños sufridos por la enfermedad.
La directora del Banco Central Europeo, la francesa Crhistine Lagarde, advirtió que el Producto Interno Bruto regional se reducirá este año en 8,7 por ciento, lo que significa una caída brutal.
Además el desempleo crecerá en más de 2,5 puntos y cruzará la temida barrera del 10 por ciento, con particular daño para los más jóvenes.
Ya algunas grandes empresas, como el consorcio aeroespacial Airbus, hicieron anuncios inquietantes. En un reciente comunicado la empresa dijo que la caída de la demanda ocasionada por el nuevo coronavirus ya obligó a reducir la producción en 40 por ciento para este y el próximo año.
Sin embargo, la posibilidad de que el tránsito aéreo no llegue a su ritmo normal hasta 2023, “en el mejor de los casos”, obligaría a tomar nuevas medidas que impactarán en el sector del empleo.
En una carta dirigida a 145 mil empleados del grupo europeo, el presidente ejecutivo, Guillaume Faury, informó que Airbus tendrá que adaptarse a la realidad y reducir el formato de la empresa, lo que forzará a tomar amargas y difíciles decisiones para el empleo antes de finales de julio venidero.
La situación es similar en muchas firmas del bloque continental que están obligadas a cerrar o reducir drásticamente sus actividades.
En medio de esta crisis, los líderes de la Unión Europea no consiguen ponerse de acuerdo en el monto y las características del plan de recuperación de la economía y debieron posponer hasta julio el debate al respecto.
Si bien todos están de acuerdo en la urgencia de inyectar fondos para paliar los daños de la pandemia, prevalecen actitudes dispares.
Los Países Bajos –antigua Holanda-, Suecia, Dinamarca y Austria, exigen que el fondo de 750 mil millones de euros se reduzca y se distribuya por medio de créditos y no de subvenciones, en tanto Francia, Alemania, España e Italia, se inclinan por mantener el monto y hacer transferencias directas a los países.
Uno de los principales puntos débiles del grupo europeo es que congrega a naciones de diverso tamaño y capacidad económica, pero sus normas se aplican a todos por igual, lo que crea evidentes disparidades.
Algunos de los Estados más ricos se niegan sistemáticamente a transferir fondos para desarrollar a los más pequeños y esa actitud aflora en estos momentos de crisis, cuando los negocios y las ganancias deberían dejar paso a conceptos como cooperación y solidaridad.