Por: Guillermo Alvarado
La sorpresiva decisión del gobierno de Estados Unidos de ordenar el cierre del consulado de la República Popular China en la ciudad de Houston, estado de Texas, es un paso más en la escalada bélica contra la nación asiática, calificada por la administración Trump como una gran amenaza.
El pretexto de proteger la propiedad intelectual estadounidense del espionaje chino es banal y poco creíble y se inscribe en la confrontación iniciada por la Casa Blanca en 2018, cuando aplicó abusivos aranceles extraordinarios a las mercancías que se importaban de aquel país.
Washington siente pánico ante el vigoroso crecimiento del gigante asiático, su desarrollo económico, industrial, científico y hasta deportivo, así como de la influencia que Beijing va alcanzando entre la comunidad internacional.
Trump está encaprichado como un niño malcriado en cortar ese proceso, sin darse cuenta de que hay cosas que no dependen de su voluntad, a menos que quiera llevar la situación a un escenario impensable e indeseable, como lo es una guerra entre las dos potencias, que inevitablemente sería nuclear.
Hasta ahora las autoridades chinas han actuado con mesura, talento y gran dignidad, sin caer en ninguna de las provocaciones que se montan frecuentemente en su contra.Ante el cierre de la oficina consular en Houston, el vocero del ministerio de Relaciones Exteriores de China, Wang Wenbin, dijo que se trata de un acto sin precedentes y que su país tomará las medidas correspondientes, a menos que se deje sin efecto de inmediato.
Poco antes el canciller Wang Yi había denunciado que Estados Unidos está llevando las relaciones bilaterales al borde de una guerra fría y aseguró que las dos potencias pierden con una confrontación y ganan si ambas muestran voluntad de cooperar.
La tensión se acrecentó con la aparición de la pandemia de covid-19, a la que Trump insiste cada vez que puede en denominar “el virus chino”. Beijing ha dado un ejemplo al mundo en el control de la enfermedad,
incluso en momentos en que se desconocía casi todo sobre ella y, a diferencia de Estados Unidos, logró contenerla y atenuar sus efectos. Ahora, que el mundo parece acercarse a una guerra de vacunas, las autoridades chinas anunciaron su intención de poner a disposición de toda la humanidad un eventual inmunizante.
En la senda opuesta, la Casa Blanca utiliza su enorme capacidad financiera para apropiarse de millones de dosis, aunque eso signifique dejar desprotegidos a pueblos enteros. Como se ve, las diferencias entre una y otra potencia son tan claras, como la noche y el día, o el agua y el aceite.