Por: Guillermo Alvarado
Si la brutalidad de los agentes federales en la ciudad de Portland se materializara en el llamado Tercer Mundo, la administración de Donald Trump apelaría a su arsenal de sanciones y de listas de violadores, en las que Estados Unidos se erige en juez supremo.
Pero NO fue en el Sur. La ciudad más grande del estado de Oregón, donde las personas de raza negra apenas representan seis por ciento de la población, ha sido escenario de batallas campales en medio de la repulsa al racismo y la brutalidad policial.
Como es usual, el Presidente respondió con autoritarismo al desafío de una de las decenas de urbes sacudidas por protestas luego del asesinato del afrodescendiente George Floyd.
Ni siquiera el acuerdo de las autoridades de Oregón con el gobierno de Trump para el retiro gradual de los agentes federales enviados desde Washington logrará borrar la nefasta imagen de esos practicantes del terror.
Descritos como “fuerza de ocupación”, reprimieron manifestaciones, detuvieron sin garantías de adecuado proceso y actuaron al margen de las instituciones locales.
Todo un ejército que junto a uniformados autóctonos usaron garrotes y dispararon balas de goma, gases lacrimógenos y pimienta, para luego conducir a detenidos en autos sin matrícula.
Los agentes intentaron neutralizar a reclamantes pacíficos y violentos, mujeres y saqueadores, testigos y transeúntes, ante el temor a lo que representa el movimiento antirracista Black Lives Matter.
El clamor de madres residentes en Portland que denunciaron en muros el acoso a sus hijos resultó ignorado por el Presidente de la nación.
Trump sigue empeñado en recetas beligerantes contra su propio pueblo, a fin de convencer a sus bases de que NO ha suavizado la mano dura, para sostener lo que llama “la ley y el orden” y obtener votos.
Se trata de normas impuestas, sin argumentos y con arengas inflamadas, impropias de un gobernante que, como era de esperar, debería ser persuasivo y desterrar el odio.
Desde las masivas demostraciones públicas por el asesinato de Floyd la táctica oficial acentuó la represión, en violación de los derechos humanos, de cuya observancia Estados Unidos asevera ser paladín.
Tal vez acierten quienes señalan que avivar el fuego en Portland y criminalizar las protestas formó parte de un plan de los inquilinos de la Casa Blanca para desviar la atención de la crisis sanitaria, hoy sin control.