Por: Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, será recordado por la posteridad como uno de los más prepotentes e ignorantes que ha ocupado la Casa Blanca y justo es reconocer que cada día se esfuerza de manera puntillosa por afianzar esa certeza ante sus compatriotas y el resto del mundo.
Cuando digo que es ignorante, no estoy diciendo que sea tonto, porque una cosa no significa la otra necesariamente, pero de él se puede decir con total propiedad que posee una cultura lacustre, es decir, llena de lagunas.
Es legendaria su recomendación de inyectar cloro u otros desinfectantes industriales a los enfermos de covid-19 para eliminar la enfermedad de sus cuerpos; o asegurar que un día, de pronto, como por un milagro, el virus desaparecerá por sí solo y todo se solucionará.
Pero cuando trata de meterse en el terreno de la historia, una disciplina compleja y plena de minuciosidades, entonces el presidente pasa de lo hilarante a lo patético. Así fue, por ejemplo, durante su discurso del año pasado por el 4 de Julio, organizado en el Lincoln Memorial de Washington.
Allí expresó textualmente: “Nuestro ejército controló el aire, derribó las murallas, tomó el control de los aeropuertos, hizo todo lo que había que hacer”.
Solo que, con más imaginación que Julio Verne, se refería a hechos ocurridos en 1776, mucho, pero mucho antes de la invención del aeroplano.
En días recientes Trump quiso dar gratuitamente otra lección de historia a propósito de la relación entre la pandemia de influenza, la mal llamada “gripe española” y la actual de covid-19.
Cito textual otra vez: “Lo más cercano es en 1917, la gran pandemia. Ciertamente fue algo terrible que se perdieran entre 50 y 100 millones de personas. Probablemente puso término a la Segunda Guerra Mundial, todos los soldados estaban enfermos”.
La gran pandemia, como dice el magnate, se detectó por primera vez en Estados Unidos, ojo, no en España, en 1918 y duró hasta 1920, o sea casi dos décadas antes del inicio de la segunda matanza universal, de 1939 a 1945.
Hubo soldados enfermos de influenza, como también de tifus y otros males, pero no fue eso lo que puso fin a la conflagración, sino el enorme y extraordinario sacrificio del pueblo de la Unión Soviética.
Finalmente, los muertos por la gran pandemia fueron alrededor de 50 millones de personas y no entre 50 y 100 millones, como dijo Trump, a quien le urge a todas luces un profesor de historia, sobre todo del país donde el nació y que acogió a su madre y abuelos paternos, inmigrantes todos. Digo, no sea que se olvide también de ese dato.