La desverguenza no lleva premio

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2020-12-01 07:14:31

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MSI. Foto: Cubadebate

Por: Roberto Morejón

En la sinuosa trayectoria del llamado Movimiento San Isidro, gestor de la infausta puesta en escena de los supuestos huelguistas en un apacible barrio habanero, resaltan por su impudicia ultrajes a emblemas de Cuba cometidos por algunos de ellos.

El grupúsculo encerrado voluntariamente en un inmueble albergó objetivos tan sombríos como la apariencia del lugar.

La planeada huelga, que no fue ayuno por el arribo de víveres con jolgorio incluido, corrió a cargo de un variopinto conglomerado que dice representar al llamado Movimiento San Isidro.

El conjunto incluye a algún exponente presentado como artista cuya “obra” coquetea con la vulgaridad, seduce al escándalo y lacera los sentidos.

Comentarios desaprobatorios y hasta preñados de indignación justificada se escucharon de los cubanos por estos días.

Así ocurrió después de transmitirse en la televisión local fotos de un individuo integrante del grupo  envuelto en la bandera nacional en posiciones irreverentes.

El sujeto, quien utilizó ese símbolo afectivo en desplazamientos callejeros insultantes, es identificado como uno de los cabecillas de los coligados que afirman defender a un “artista” preso.

Los cubanos sabrían posteriormente que ese último no era una víctima sino alguien que injurió a un policía y fue enjuiciado por desacato, procedimiento habitual en otras latitudes.

No satisfecho, el personaje pregonó, entre la ira y el frenesí, que solo tenía un presidente, el estadounidense Donald Trump, quien firmó más de 200 disposiciones para asfixiar a los cubanos.

No sería un arranque aislado. La televisión presentó un video en el que integrantes del denominado Movimiento San Isidro viajaban en un automóvil del encargado de negocios estadounidense.

Así fue a sabiendas de la amalgama de desajustes, ultrajes a lo humano y a la ley, así como la asociación con el peor sainete que han caracterizado el desempeño del colectivo.

Acercar los símbolos nacionales al pueblo está muy lejos de implicar mancillarlos, algo deshonroso y penado por la ley.

Afortunadamente, los excéntricos atraídos por una potencia extranjera no impedirán que a los niños cubanos los sigan educando en el amor a la patria e insignias.

A ellos les inculcan el apego a la independencia y la soberanía y el respeto hacia los patriotas, celosos guardianes del rumbo autóctono del país.



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