Esclavitud moderna.Foto: EFE.
Por: Guillermo Alvarado
La esclavitud acompaña al ser humano prácticamente desde los primeros días de la historia y no falta quien la considere como una etapa lejana en el tiempo, sin darse cuenta de que hoy, transcurrida ya la quinta parte del siglo XXI, millones de personas están todavía atrapadas en ella.
Por eso no resulta ocioso que la ONU haya decidido que cada 2 de diciembre se conmemore el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, en un intento de llamar la atención sobre un drama que puede ocurrir cerca de nosotros y pasar inadvertido.
Es verdad que laceran las imágenes del pasado sobre esta forma brutal de menosprecio por la vida de los demás, pero no menos horrendas son las de nuestros días, piadosa o malintencionadamente, vaya usted a saber, ocultadas o difuminadas por los grandes consorcios informativos.
Júzguense si no los siguientes datos: la Organización Internacional del Trabajo, OIT, maneja la conservadora cifra de 40 millones de personas sometidas a diversas formas de esclavitud en la actualidad.
De ellas, el 71 por ciento, es decir 29 millones, son mujeres o niñas. En general se considera que 10 millones de infantes en distintas partes del mundo sufren esta condición.
Las formas que adopta este oprobioso negocio son variadas, pero entre las más conocidas están el vasallaje por deudas; el llamado “trabajo” doméstico; la explotación laboral y sexual; y el matrimonio forzado de menores de edad.
Dije que las cifras son conservadoras porque en muchas ocasiones el trabajo infantil no está incluido en el concepto de esclavitud moderna.
La ONU estima que 152 millones de niños son explotados laboralmente, la mayoría en África, Asia y el Pacífico, pero también en Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y El Caribe.
Se trata, pues de un tema que debería ser visible y condenado con más fuerza y que no es exclusivo de países pobres porque también ocurre en el mundo desarrollado donde, de hecho, se edifican enormes fortunas con las ganancias que esta lacra produce.
Viene también a colación en un día como este, el hecho de que muchas potencias que se fundaron gracias al comercio de esclavos en la época de la colonización de nuestro continente, todavía no han resarcido a las víctimas. Una tragedia humanitaria de esas proporciones merece mucho más que discursos, bonitas palabras o pedidos de perdón. El daño causado todavía es visible en África, en América y otros lugares del mundo y es de elemental justicia que los herederos de los esclavistas compensen a los descendientes de los esclavos.