Por: Roberto Morejón
Como en dos rebrotes anteriores, Cuba amplió notablemente sus capacidades de hospitalización y aislamiento de contactos y sospechosos, en busca de declinar el aumento de casos de la COVID-19 .
Las autoridades sanitarias y los gobiernos de la nación, provincias y municipios extremaron las faenas de prevención y control.
Una de los ejes de la estrategia reside en la reducción de la movilidad de las personas, pero sin afectar en lo posible actividades de la producción y servicios, hoy esenciales.
Cuba afronta limitaciones materiales a causa del recrudecimiento del bloqueo durante la administración del expresidente estadounidense, Donald Trump.
A pocas semanas de llegar a un año de luchar contra el virus SARS-Cov-2, también es palpable la contracción material por el impacto de la enfermedad en la economía mundial, y en la doméstica.
No obstante, el Estado prioriza los restringidos recursos para ampliar la infraestructura de higiene, hospitalización y aislamiento.
Desde los consultorios del médico de la familia en los barrios controlan a sospechosos aislados en sus viviendas, a quienes persuaden de la necesidad de evitar salidas a la calle.
Sin embargo, la población cubana en general debería ganar más en percepción de riesgo, pues algunas personas confían erradamente en que a ellas NO les afectará la COVID-19 .
Otros adultos permiten que niños y adolescentes jueguen en las calles.
Lo hacen en una etapa en la que, como instruyen los expertos, la mayor parte de las individuos deben permanecer en sus domicilios, a menos que acudan a su actividad laboral o a adquirir alimentos.
Mucho más cuando el agudo rebrote del virus en la mayor de las Antillas presenta peculiaridades inusuales, al aumentar los contagiados en la población pediátrica.
Infantes e incluso embarazadas engrosaron las listas de los infectados, poniendo a prueba una experimentada red hospitalaria y el creciente número de laboratorios de biología molecular, encargados de procesar muestras para determinar la existencia del virus.
Médicos, enfermeros y personal de apoyo trabajan intensamente, pasan a cuarentena, luego descansan y al cabo regresan a la atención en líneas rojas.
Hablamos de un gigantesco esfuerzo nacional que debe ser correspondido con mayor disciplina y precauciones de los ciudadanos, tanto para evitar sus contagios como los de familiares y vecinos.