Por: Guillermo Alvarado
Las modernas tecnologías de la comunicación están transformando, para bien y para mal, la manera de relacionarse entre las personas en un mundo que cambia a pasos acelerados, donde lo que hace tres o cuatro décadas era ficción, hoy es simple y llanamente pasado.
Quienes hayan tenido el placer de disfrutar la novela Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, recordarán aquella escena donde el malicioso archidiácono Claude Frollo señala con una mano un libro recién publicado y con la otra la mole de la famosa iglesia francesa y exclama: ¡Esto, matará aquello!
Se refería el escritor a cómo la imprenta cambió la vida por completo tras su invención en el siglo XIV, cuando la historia de los pueblos dejó de plasmarse en su arquitectura y monumentos, para popularizarse por escrito.
Hoy, como quiera que lo veamos, estamos viviendo un proceso similar con la irrupción del internet, la web, las redes sociales, los teléfonos móviles, la computadora portátil, la Tablet, la inteligencia artificial y, dentro de muy poco, la 5G, la quinta generación de estas tecnologías.
Como dijo el escritor y periodista Ignacio Ramonet en su artículo: “Las redes sociales, nuevo medio dominante”, la imprenta cambió la cultura, la política, la economía, la ciencia, la historia.
Ahora enfrentamos una revolución parecida, sólo que mucho más rápida en sus cambios, no sólo en las comunicaciones, “sino también en las finanzas, el comercio, el transporte, el turismo, el conocimiento, la cultura…”
Que nadie piense, dice Ramonet, que cambios semejantes no van a tener consecuencias en la organización misma de la sociedad y en su estructuración política tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Y es que en esta aparente “democratización de la información”, no podemos olvidar algunos hechos puntuales.
Estamos más conectados, es cierto, pero al mismo tiempo nunca hemos vivido más aislados. El contacto personal se ha sustituido por la mensajería, la cámara o la pantalla, ajenas por completo al calor humano.
Hay mucha más información, pero al mismo tiempo nuestras vidas corren el riesgo de quedar determinadas por unas cuantas empresas gigantescas, como Google, Facebook, Apple y otras que nos vigilan y aprenden mucho de nosotros cada vez que oprimimos la tecla “enter”.
Millones de personas creen que todo lo que se dice en las redes es verdad, sin tomar en cuenta la advertencia de Umberto Eco de que, en un medio tan masivo, es difícil diferenciar una fuente autorizada de una disparatada.
El drama de internet, opinó el autor de “El nombre de la rosa”, es que puede promocionar al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. FIN