Ministro de Defensa, Walter Braga Netto. EFE
Por Guillermo Alvarado
Perplejidad y mucha preocupación causó en Brasil que el recién nombrado ministro de Defensa, Walter Braga Netto, llamara a celebrar el aniversario del golpe de Estado cometido el 31 de marzo de 1964, que sumió a ese país en un oscuro período de dictadura durante 21 años.
Braga Netto se sumó así al presidente Jair Bolsonaro, un capitán retirado del ejército que no sólo ha dejado clara su admiración por los golpistas, sino que además hizo una pública apología de la tortura, método convertido en forma habitual de interrogatorio a los detenidos en ese tiempo.
Ambos sujetos pertenecen a una corriente en la extrema derecha brasileña que insiste en negar la asonada, o esconderla detrás del engañoso nombre de “movimiento” para defender la paz y la democracia.
Como afirma el intelectual Emir Sader, en realidad en el gigante sudamericano sí hubo golpe y sí hubo dictadura.
La cúpula militar no sólo interrumpió la democracia en 1964 para impedir las elecciones presidenciales que tendrían lugar un año después, sino que provocó graves daños a la sociedad y a países vecinos.
Así lo demuestra un grupo de documentos que fueron desclasificados hace unos días por el Archivo Nacional de Seguridad con sede en Washington.
En ellos queda claro que Brasil jugó un papel importante en los acontecimientos ocurridos en Chile en 1973, cuando el ejército encabezado por Augusto Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende y sometió a la población a un período de terror.
La conspiración se comenzó a gestar a finales de 1971, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, se entrevistó con el oficial brasileño Emílio Garrastazu Médici, para discutir las vías de apartar a Allende del poder en la nación austral.
Ya en plena dictadura, agentes de la inteligencia militar de Brasil participaron en sesiones de tortura contra dirigentes sociales, políticos o sindicales chilenos y, poco después, formaron parte del Plan Cóndor, una transnacional del crimen que funcionó en América del Sur apadrinada por Estados Unidos.
En los 21 años de régimen militar en Brasil cientos de personas fueron perseguidas, capturadas, torturadas y asesinadas, se cometieron matanzas colectivas de indígenas y se crearon milicias irregulares con el objetivo de reprimir a los participantes en conflictos agrarios.
Precisamente esto es lo que extrañan y desean que vuelva a suceder personas como Bolsonaro y sus secuaces, quienes olvidan que la tortura es un delito de lesa humanidad y los que hacen apología de ella deben ser castigados y enviados a la cárcel.