Foto: Archivo/RHC.
Por: Guillermo Alvarado
Por lo menos 85 muertos, la mayoría niñas, y casi 150 heridos es el resultado de un reciente ataque terrorista perpetrado en Afganistán, un país despedazado, sumido en el temor y la desesperanza, desde que en octubre de 2001 Estados Unidos encabezó la ocupación militar de su territorio.
Justo cuando terminó la jornada docente en una escuela y las alumnas salían del centro, desconocidos hicieron detonar un coche bomba y otros dos artefactos en una acción criminal que causó el repudio generalizado entre la comunidad internacional.
Si bien hay indicios que apuntan a la organización terrorista Estado Islámico, el gobierno y el movimiento talibán se acusan mutuamente de los hechos.
Las víctimas pertenecen a la minoría hazara, que ya ha sido blanco de otros ataques, como el ocurrido el año pasado contra una maternidad, donde murieron recién nacidos, madres y parteras.
Semejantes atrocidades son el resultado de la intervención extranjera en el país centroasiático, en particular de Estados Unidos que mucho antes de la invasión ya lo había convertido en un sangriento tablero de ajedrez para conservar e incrementar sus intereses en la región.
Desde los años 80 del siglo pasado Washington apoyó los levantamientos contra el legítimo gobierno afgano, un amigo cercano de la entonces Unión Soviética, y se le considera artífice tanto del Talibán, como del grupo extremista Al Qaeda.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, aunque ninguno de los autores era de esa nacionalidad, la Casa Blanca le convirtió en objetivo de la llamada guerra contra el terrorismo, que no hizo sino empeorar las cosas, incluso para Estados Unidos que se quedó empantanado en el conflicto.
Ahora, se habla de abandonar por fin ese territorio, lo que no ocurrirá así como suena porque, según un artículo publicado por los reconocidos académicos Noam Chomsky y Vijay Prashad, permanecerán al menos mil efectivos y 16 mil “contratistas”, es decir mercenarios dispuestos a todo.
Más aún, los citados autores indican que se estaría negociando con el Talibán para permitir su retorno al poder en Kabul, a cambio de que se mantenga alejado de Rusia y China, a quienes Washington considera sus adversarios.
En este macabro juego de intereses estadounidenses, lo que menos le interesa a la principal potencia económica y militar del mundo es el presente y el futuro del pueblo afgano, al que han conducido prácticamente al infierno.
Las vidas inocentes de las alumnas sacrificadas en esta hoguera, son una muestra clara de ello.