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Por: Guillermo Alvarado
De acuerdo con el último reporte oficial, publicado hace algunos días, Estados Unidos ha evacuado del aeropuerto de Kabul a unas 25 mil personas, sin especificar su nacionalidad, en medio de una situación caótica debido a la multitud que intenta salir de Afganistán a toda costa.
Hasta ahora no se sabe si las conversaciones que el director de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, William Burns, sostuvo con el líder político del Talibán, Abdulghani Baradar, tendrán algún efecto en acelerar este proceso o ampliar el plazo que vence el 31 de agosto.
El caso es que en territorio estadounidense se preparan algunas bases militares para albergar a refugiados afganos, entre ellas la de Fort Bliss, ubicada en el estado de Texas, a cinco kilómetros de la frontera con México, a donde el fin de semana reciente arribaron los primeros grupos.
La operación tiene evidentes ribetes propagandísticos, como se desprende de las palabras del presidente Joe Biden, quien dio la bienvenida a “a estos afganos que nos han ayudado en el esfuerzo de guerra durante los últimos 20 años a su nuevo hogar en los Estados Unidos de América".
El jefe de la Casa Blanca insiste en negar que la aventura bélica fue un completo fracaso, que obliga a miles de desesperados a abandonar sus raíces.
Pero, al mismo tiempo que da la bienvenida a estos grupos, acelera la deportación de miles de migrantes originarios de México y el Triángulo Norte de Centroamérica, es decir El Salvador, Honduras y Guatemala.
Como en los mejores tiempos de Donald Trump, la administración Biden echa mano al recurso de la expulsión rápida de estas personas, que arriban a la frontera persiguiendo el espejismo de entrar al “país de las oportunidades”.
El sistema utilizado es infame, pues al detenerlos se les hace creer que serán trasladados a refugios, en ocasiones les quitan los pocos documentos que portan y luego los suben a aviones que despegan de inmediato.
Cuando se dan cuenta, están en el sureste de México, desde donde los trasladan a un remoto punto fronterizo con Guatemala llamado El Ceibo, en plena selva de Petén, y prácticamente son abandonados a su suerte.
El Ceibo es un poblado en medio de la nada, a más de 130 kilómetros de la ciudad más cercana, La Libertad. Al llegar no son registrados por ninguna autoridad, nadie les ofrece ayuda, a pesar de que muchos carecen de recursos, están desorientados y no saben qué hacer. Hay niños y mujeres entre ellos.
Un claroscuro terrible. A unos les dan la bienvenida para maquillar una derrota, a otros los tratan como desechos humanos perfectamente descartables sin recordar que Estados Unidos es, en buena medida, responsable de la desgracia de todos ellos. FIN