Este es el resultado de dos décadas de guerra y ocupación militar extranjera. Foto: El Mundo CR
Por Guillermo Alvarado (RHC)
Dicen que una de las frases más inoportunas que se pueden utilizar cuando ocurre una desgracia es: “te lo dije”, pero en ocasiones no hay más remedio que puntualizar todas las advertencias hechas a tiempo y desoídas por indiferencia, egoísmo o ignorancia.
Agencias de la ONU señalaron hace pocas horas que 22 millones, de los 38 millones de personas que habitan Afganistán, están al borde de la hambruna y agregaron que en ese país se gesta la peor crisis humanitaria de que se tenga noticias en los últimos años.
Este es el resultado de dos décadas de guerra y ocupación militar extranjera, iniciada en el nombre de la democracia y la libertad, de la lucha contra el terror según la visión de Estados Unidos, que no hizo sino llevar muerte, miedo y opresión, para después abandonar a su suerte a todo un pueblo.
Se dijo cuando empezaron a caer las primeras bombas sobre los atónitos civiles afganos, se repitió a lo largo de 20 años, y los meses anteriores a la fuga del Pentágono y sus aliados de la nación centro asiática estuvieron llenos de advertencias sobre el elevado precio que tendría esa aventura militar.
El invierno afgano se acerca, en semanas regiones enteras serán inaccesibles y sus habitantes enfrentan un duro dilema: escapar o morir de hambre.
Así lo aseguró David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, en un llamado a la comunidad internacional para acelerar la ayuda ante lo que será el peor invierno en una década.
“No podemos alimentar a la gente con promesas”, sentenció Beasley, y recordó que mientras el mundo mira hacia otra parte, la crisis se está descontrolando y los niños comienzan a morir.
Hasta el día de hoy el principal culpable de la situación, Estados Unidos, no ha asumido la responsabilidad que le corresponde; más aún, la está agudizando al negarle al gobierno del Talibán el acceso a las reservas internacionales, que están depositadas en bancos de la potencia norteña.
A la Casa Blanca no le importa que 3,2 millones de niños afganos menores de cinco años enfrenten desnutrición aguda a finales de 2021, mucho menos que un millón de ellos vayan a perder la vida por esta causa.
Le es indiferente a pesar de que todos estos infantes, igual que cualquier persona con menos de 20 años en ese país, nacieron y vivieron bajo las balas, las bombas y las botas de los ocupantes.
Promesas de democracia y libertad dejaron paso a un régimen más propio de la edad media, pero armado como en el siglo XXI, a un pueblo a punto de ser diezmado por la peste del hambre, y a una parte del mundo indignada que apunta con el dedo a Washington y le recuerda: “Te lo dije”…