FOTO: CARLOS LÓPEZ / EFE
Por: Guillermo Alvarado
Mucha consternación y múltiples reacciones despertó el lamentable accidente de tránsito ocurrido en Chiapas, sureste de México, donde 55 migrantes sin documentos perdieron la vida, 73 sufrieron heridas, varios de ellos de gravedad, y apenas 24 quedaron ilesos.
Según revelaron las investigaciones la mayoría de las víctimas son de Guatemala, otro grupo es originario de Honduras y también hay algunas personas de República Dominicana y Ecuador y todos intentaban llegar a la frontera con Estados Unidos para tratar de adentrarse en ese territorio.
El gobierno guatemalteco anunció la puesta en funcionamiento de una fuerza de reacción inmediata de la policía y el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, dijo que se constituyó un grupo de trabajo formado por los países concernidos por la tragedia, incluido Estados Unidos.
El objetivo fundamental de estas iniciativas es buscar a los responsables del accidente y combatir a los “coyotes”, como se les llama en esta zona a los traficantes de personas que cobran grandes cantidades de dinero para trasladar a los indocumentados.
Se trata de grupos que evolucionaron en la medida en que creció la cifra de quienes aspiran a llegar a la potencia norteña. Hace algunos años quedó atrás el guía solitario, denominado “pollero” y ahora funcionan como mafias vinculadas a otras formas del crimen organizado.
Por supuesto que es importante erradicar este negocio inhumano y sucio, que muchas veces termina con la muerte del que paga por hacer realidad sus sueños, pero no hay que perder de vista que los traficantes son un síntoma y no la causa de un problema mucho más grave y profundo.
Pensar que terminando con los coyotes se erradica la migración sería, por lo menos, de una ingenuidad verdaderamente enternecedora.
Las causas son estructurales, entre ellas la pobreza, la insalubridad, la falta de oportunidades para estudiar, escasez de puestos de trabajo con salarios dignos, la corrupción que desvía fondos indispensables para el desarrollo y la violencia que es hija directa de la miseria.
Los migrantes arriesgan su vida en un viaje tan peligroso, precisamente porque si se quedan en casa tienen muchas más posibilidades de perderla.
La pandemia de covid-19 y los fenómenos naturales cada vez más intensos y frecuentes por el cambio climático, vinieron a agudizar las cosas.
Si la migración es un derecho humano, esta debe ser ordenada, regulada, segura y voluntaria, no como ocurre ahora que es una estrecha puerta de salida a una situación casi sin salida, una fuga hacia ninguna parte y, para muchos, un boleto a la muerte.