Hay razones adicionales para admirar a quienes desde el aula forjan generaciones futuras.
Foto: periódico Granma
Por Roberto Morejón (RHC)
El Día del Educador, que cada año se celebra en Cuba estimula a directivos escolares, padres e instituciones a enaltecer aún más la figura de maestros y profesores.
Si su faena es elogiable en cualquier época, en período de pandemia es más llamativa, útil y decisiva, pues, como en otros países, en Cuba ha sido necesario interrumpir el año lectivo y los educandos debieron limitarse a las clases por televisión.
Ahora, cuando la mayor de las Antillas recobró la enseñanza presencial gracias al control del nuevo coronavirus con la aplicación de vacunas propias, refulge la tarea del maestro, porque debe conciliar diferentes asimilaciones del aprendizaje durante el confinamiento.
De manera que los educadores ponen a prueba experiencias, conocimientos y oficio para reorientar a su alumnado hacia la mejor aprehensión de los conceptos, aun bajo los desafíos del SARS-Cov-2.
Pero en Cuba tales retos se aceptan por un sistema educativo caracterizado por ser gratuito e inclusivo y que debe conciliar masividad con calidad.
En el Día del Educador, que evoca el 22 de diciembre de 1961 cuando se dio la noticia de la culminación exitosa de la Campaña de Alfabetización, hay razones adicionales para admirar a quienes desde el aula forjan generaciones futuras.
Será imperioso, además, realzar la ejecutoria de ese mentor anónimo que hace años enseña en una zona intrincada, de los que acuden a otros países en misiones de colaboración y de los jubilados de regreso, para atenuar el déficit y todas las aulas permanezcan abiertas.
Con preceptores motivados, también se espera alcanzar lo que todavía es una pretensión, que cada estudiante tenga un comportamiento adecuado dentro y fuera de la escuela.
De ellos se aguarda que aprendan a leer y escribir correctamente, diriman ecuaciones matemáticas, desentrañen la Historia, manejen ordenadores y se inspiren en la Moral y la Cívica, porque también hay que ser honestos, desprendidos, respetuosos, fraternos y afanosos.
Para inculcar esos valores están en primera instancia las familias, la cuna de la ilustración, pero el sistema educacional antillano también tiene un papel determinante, por ser paradigma de altruismo y promover la dignificación del crecimiento humano.