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Por: Guillermo Alvarado
Las más recientes noticias sobre aquellos que deben abandonar su hogar y su patria para salvar sus vidas, perseguir la quimera de un destino mejor y darles oportunidades a sus hijos, nos muestran claramente que la humanidad se está fraccionando con diferencias irreconciliables.
Más de 30 personas murieron ante la valla de Melilla, levantada cual nuevo “Muro de Adriano” para impedir el paso de los “bárbaros”, y sus cuerpos fueron sepultados de manera apresurada por el régimen marroquí para evadir una investigación independiente de semejante atrocidad.
Pocos días después se realizó el macabro hallazgo de un grupo de migrantes hacinados en la caja de un camión en las afueras de San Antonio, estado norteamericano de Texas, la mayoría de ellos fallecidos a causa del calor sofocante y la falta de agua.
Hasta el momento hay 53 víctimas fatales, 40 hombres y 13 mujeres, pero la cifra puede subir debido al estado delicado en que están los sobrevivientes. La mayor parte son de nacionalidad mexicana y el resto partieron desde Guatemala, Honduras y, presumiblemente, de El Salvador.
Son datos escandalosos, pero no los únicos que rondan en los medios de comunicación.
El diario mexicano La Jornada informó la víspera que en Libia se intensifica el oprobioso comercio de esclavos, al más puro estilo de la edad media con todas sus inclemencias y brutalidades.
Se trata de un país donde existía el mejor nivel de vida de África del norte, pero fue reducido a escombros por los bombardeos de la OTAN para eliminar al líder Muamar Al Gadafi y devolverle “la democracia y la libertad”.
Una investigación de la ONU descubrió que muchos de los migrantes que atraviesan ese territorio, con la esperanza de cruzar el Mediterráneo y tocar costas europeas, donde no son bienvenidos, suelen quedar en manos de traficantes que cometen con ellos todo tipo de abusos.
Las mujeres, precisa el informe, son violadas a cambio de comida y agua o para extorsionar a sus familias. Muchos quedan atrapados de manera arbitraria en supuestos centros de lucha contra la migración ilegal, que en realidad son manejados por grupos armados irregulares para lucrar con ellos.
Hay mercados de esclavos donde hombres y mujeres jóvenes suelen ser vendidos en unos cuantos euros para la explotación laboral o sexual, según han confirmado de manera reiterada organizaciones no gubernamentales.
Los subsaharianos en Marruecos o Libia, así como los latinoamericanos en la frontera con Estados Unidos son tratados como seres de otra categoría, son mercancía descartable o, cuando mucho, seres humanos desechables.