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Por: Roberto Morejón
Desde miembros del gobierno estadounidense hasta los conflictivos influencer de la Florida apostaron durante el último año por la repetición de los disturbios del 11 de julio de 2021 en Cuba, como una herramienta ---así lo conciben--- insustituible para el cambio de régimen.
El secretario norteamericano de Estado, Anthony Blinken, escribió en Twitter que su país reconoce lo que llamó “la determinación y coraje del pueblo cubano, en su larga lucha por la democracia”, y ofreció el respaldo de su gobierno a esas actuaciones.
Tanto él como un beligerante youtuber, quien abogó porque el bloqueo estadounidense sea total, desearon y trabajaron porque los tumultos se renovaran en ciudades cubanas, e imperara, como en julio de 2021, el vandalismo.
Una agencia occidental acreditada en La Habana presentó coincidencias llamativas con las anteriores posturas, al escribir que muy poco ha cambiado en la nación caribeña desde las protestas del 11 de julio.
Está claro que las apuestas siguen al alza para que en el archipiélago caribeño reinen el caos y el enfrentamiento entre cubanos.
En río revuelto, piensan, ganancias de pescadores. Aquí estos últimos son los que consideran una manifestación pacífica el ataque con piedras al servicio de pediatría del hospital de la occidental ciudad de Cárdenas.
En julio de 2021 se unieron los planes, las conspiraciones y los agentes del golpe blando para que, cual nueva revolución de colores, la vida en Cuba diera un vuelco.
Es cierto que miles marcharon a las calles confundidos, atenaceados por el entonces pico de Covid-19, las penurias materiales y los apagones, y otros efectos del recrudecido bloqueo estadounidense.
Pero las investigaciones posteriores, llevadas a cabo por los órganos competentes entre ellos los tribunales, evidenciaron los propósitos en aquella fecha de ejecutar lo que el presidente Miguel Díaz-Canel calificó de golpe de estado vandálico, vencido, dijo, por el socialismo.
El aprovechamiento de los ánimos caldeados serviría el 11 de julio de 2021 para aplicar el método de los inquilinos de la Casa Blanca de desestabilizar de raíz a Cuba, en medio de una ruidosa guerra político-comunicacional, detrás de la cual aparecieron numerosos funcionarios estadounidenses.
Redes sociales, el llamado periodismo independiente financiado desde el exterior, y los cintillos de la prensa corporativa se sumaron a las diatribas, junto a la moderna tecnología, cuentas apócrifas y robots.
Un año después, los tribunales llevaron al banquillo de los acusados a los que cometieron los delitos más repudiados, como el vandalismo y la agresión a la autoridad.
Es cierto que las circunstancias materiales en este país siguen tensas ante las carencias, pero la nación resistió los embates y los cubanos siguen en pie, sin abandonar las previsiones, enterados de que la guerra de cuarta generación NO concluyó el 11 de julio de 2021.