El Comercio Perú
Por María Josefina Arce
El 2023 ha traído una esperanza para Brasil. Por tercera ocasión ha asumido la presidencia del gigante suramericano Luiz Inácio Lula Da Silva, quien ha prometido trabajar para reconstruir un país con un aumento de los niveles de pobreza, desigualdad, violencia armada y deforestación de la Amazonía.
Veinte años después de llegar por primera vez al Palacio del Planalto, el ex líder sindical tendrá una tarea bien difícil, hereda una nación con muchas deudas con la mayoría de sus ciudadanos, y altamente dividida, tras cuatro años de gobierno del ya expresidente Jair Bolsonaro, quien a lo largo de su gestión mantuvo un discurso racista y de odio, alentó la venta de armas y llevó a militares a cargos claves.
De hecho la violencia estalló en varias partes del territorio brasileño a pocos días de la asunción de Lula Da Silva, protagonizada por partidarios de Bolsonaro, quien por cierto prefirió viajar a Estados Unidos para evitar pasar la banda presidencial a su sucesor.
Los partidarios del capitán retirado, gran admirador de la dictadura militar en Brasil, niegan los resultados de las elecciones generales de octubre pasado, en las que en segunda vuelta, con más del 50% de los votos se impuso el ex dirigente obrero.
Sin embargo, con una gran manifestación de apoyo se recibió en Brasilia, la capital, la toma de posesión de Lula Da Silva, en quien confían millones de brasileños que bajo sus dos mandatos anteriores vieron mejorar sus condiciones de vida y salieron de la pobreza.
Pero con Bolsonaro en la presidencia, Brasil retornó al mapa del hambre. En la actualidad más de 30 millones de ciudadanos son víctimas de ese flagelo, a lo que se suma que casi 63 millones están inmersos en la pobreza.
El nuevo mandatario ha manifestado su propósito de revertir este panorama. Un triunfo político del gobierno entrante fue que en diciembre pasado el Congreso aprobó gastos por 28 mil millones de dólares durante el presente año para financiar los programas sociales del ejecutivo.
La realidad es que la situación se deterioró aún más tras los dos años de pandemia de la COVID 19, que no tuvo una eficaz respuesta de las autoridades. Brasil se convirtió en el segundo país del mundo, solo antecedido por Estados Unidos, con el mayor número de fallecidos a causa de la enfermedad causada por el nuevo coronavirus.
El ultraderechista Bolsonaro restó importancia al virus, al que calificó como una gripe, se opuso al uso de la mascarilla y a otras medidas necesarias para evitar la propagación, al tiempo que demoró la vacunación.
La pandemia dejó huérfanos a 40 MIL 803 niños y adolescentes en el país suramericano, precisó la Fundación Oswaldo Cruz.
Otro de los reto al que deberá hacer frente el nuevo ejecutivo es la deforestación de la Amazonía. De acuerdo con el Instituto Socioambiental, el gobierno de Bolsonaro significó el mayor retroceso ambiental del siglo, con un aumento del 94% de la tala indiscriminada de árboles en el mayor bosque tropical del mundo.
Lula Da Silva asumió este primero de enero nuevamente la presidencia y, de acuerdo con el Instituto Datafolha, la mayoría de los brasileños opina que su gobierno será mucho mejor para el país. Por lo pronto ha reiterado su meta de brindarle mejores condiciones de vida al pueblo.