Cruz del Tercer Milenio
por Guillermo Alvarado
El 2023 está viviendo sus últimas horas y se apresta a entrar en el cajón de los recuerdos dejando atrás una humanidad incapaz de resolver sus graves contradicciones, incrementadas por la evidencia del cambio climático y todas las calamidades que le acompañan.
Se esperaba que este fuera el año de la recuperación luego de la crisis sanitaria global causada por la pandemia de Covid-19, pero en realidad sirvió para mostrar lo poco que aprendimos de esos momentos, cuando estuvimos en peligro de perecer ante un enemigo microscópico.
Las guerras se mantuvieron a la orden del día y, de hecho, estamos viviendo una de las más crueles conocidas durante los últimos tiempos cuando uno de los más poderosos ejércitos modernos, el de Israel, utiliza su fuerza contra una población indefensa en la Franja de Gaza.
Ataques por aire, mar y tierra están arrasando ciudades enteras y van más de 21 mil muertos, dos terceras partes de ellos mujeres y niños inocentes, sin que haya esfuerzos concretos entre la comunidad internacional para detener esa brutalidad genocida.
Somos la única especia de la naturaleza capaz de perpetrar tales actos.
Pero no es lo único, pues la voracidad de un sistema irracional de producción y consumo está destruyendo nuestra única casa posible, este planeta, que cada año sufre fenómenos climáticos devastadores que afectan con más dureza a quienes menos contaminan.
En nuestra región, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe señaló que en 2023 la pobreza afecta al 29,1% de la población, lo cual significa que 183 millones de seres humanos carecen de lo indispensable para tener una vida digna y de ellos 72 millones están en la miseria.
Todo esto en una de las zonas más ricas del mundo, con los recursos suficientes para producir alimentos y bienes destinados a todos sus habitantes y muchos más.
Al terminar el año 23 del tercer milenio de la historia moderna, cada día demostramos con mayor crudeza nuestra incapacidad de relacionarnos en armonía con el entorno y con nosotros mismos.
En el calendario civil maya –porque tenían otros- había cinco días al final de cada año para meditar sobre lo que pasó y preparación hacia lo que vendrá.
Qué bueno sería recuperar esa práctica y ayudarnos de esa manera a impedir nuestra extinción moral o física, no sé ahora cual de las dos más grave, y convertir esta tierra en la casa de todos, donde nadie sobre ni falte y demostrar así, quizás, que somos la especie superior.