Caos en Haití. (Imagen de archivo/RHC)
Por Roberto Morejón
El fragor de la guerra local desatada por pandillas, la desarticulación del poder del Estado y el pánico de los sufridos pobladores, caracterizan ante los ojos de la comunidad internacional el presente de Haití, hasta pasar a un segundo plano la aguda pobreza.
Mucha difusión han tenido las acciones de las bandas armadas y el vacío de poder, el que ahora CARICOM, Comunidad del Caribe, trata de cubrir a raíz de su reunión en Jamaica.
La salida del primer ministro, Ariel Henry, y la creación de un Consejo de transición se presentan como el camino a seguir, aunque si las armas callan su diabólico lenguaje, habrá que atender otras urgencias.
Sacudido por desastres naturales, invasiones extranjeras, deudas colosales, rivalidades políticas, dictaduras, golpes de estado, la erosión de sus suelos, la tala indiscriminada de bosques y un frágil servicio de salud, Haití es mucho más que la descripción en blanco y negro del ajuste de cuentas entre grupos armados.
Es cierto que desde el terremoto de 2010 cuando muchos pandilleros escaparon de las cárceles, comenzaron a ganar fuerza los grupos irregulares, hasta conformar dos grandes mini ejércitos, la G-9 y Familia, del publicitado Jimmy Chérizier, y la G-Pep, encabezada por Gabriel Jean-Pierre.
Pero la primera nación de América Latina en independizarse tiene también como identificación el alza de la penuria, desnutrición, desempleo y el déficit de viviendas.
En medio del caos iniciado en los últimos meses, ahora el Programa Mundial de Alimentos alerta por la inseguridad alimentaria de al menos cuatro millones de haitianos.
Con la acción depredadora de las pandillas se incrementó el ya acentuado fenómeno del desplazamiento, al que se han sumado ahora 15 mil personas en el inicio de marzo, para un gran total de 360 mil.
El organismo de la ONU advierte el peligro de hambruna para un millón de personas en un país que aun sin la violencia del último año ocupaba el puesto 163 de 191 en el índice de Desarrollo Humano de la ONU.
Lo anterior se traduce en pésimas condiciones de subsistencia, una expectativa de vida que apenas supera los 64 años, altas tasas de tuberculosis y VIH/sida e incidencia de cólera.
Haití requiere de ayuda internacional tanto para restablecer el orden y silenciar los fusiles como para dar de comer a tres millones de niños.