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Por Roberto Morejón
Si bien Ecuador está en la mira por el auge del crimen organizado asociado al narcotráfico, el resto de la región latinoamericana no representa un oasis de tranquilidad.
Considerado entre los territorios más violentos del mundo por la evolución de los homicidios y la naturaleza de los crímenes, los carteles, grupos y delincuentes locales se caracterizan por su expansión y no pocos de ellos por la magnitud del terror.
Si alguien lo duda, solo deben repasarse los reiterados motines carcelarios en Ecuador.
Desde la tortura, desaparición, secuestros hasta la explotación sexual y los femicidios, la narco-delincuencia opera en economías irregulares, semi-legales y abiertamente clandestinas, sin dejar fuera totalmente al mercado formal, con lazos en Aduanas, finanzas y comercio exterior.
Hacia los bajos fondos marchan inexorablemente jóvenes colocados en el ángulo más expuesto de la cadena del trasiego de narcóticos, donde esperan hallar vías de enriquecimiento, aunque sus vidas peligren.
Los atrae que en la región andina se genera la mayor producción de hoja de coca del mundo, porque los nativos las utilizan en sus prácticas medicinales, culinarias y espirituales.
Las organizaciones criminales se aprovechan de esas condiciones naturales, como ocurre en Colombia y más al sur, en Paraguay, uno de los fundamentales productores de cannabis en América del Sur.
Ahora bien, con el paso de los años los carteles de la droga y otros forajidos comenzaron a cambiar estilos.
Así actuaron al entender que las sustancias tradicionales, como marihuana, heroína y cocaína comenzaron a ser desplazadas por estupefacientes más sofisticados, entre ellos el fentanilo, capaz de diezmar a crecientes sectores de jóvenes estadounidenses.
Expertos aseguran que la narco-delincuencia marcha hacia la profesionalización técnica en sus laboratorios de sustancias sintéticas, a tenor con las demandas del principal mercado de consumo, Estados Unidos.
Por lo tanto, a pesar de que la dolarización, la fragilidad institucional y las fracasadas acciones de los gobiernos de Lenin Moreno y Guillermo Lasso, alisaron el camino a los malhechores en Ecuador, el resto de América Latina no puede sentirse al margen.
Y por eso los gobiernos reflexionan si no ha llegado el momento de establecer coordinaciones para frenar el auge del crimen organizado y el narcotráfico y su nefasto impacto en las economías y las sociedades.