Por Guillermo Alvarado
Si alguna duda quedaba de que en realidad los partidos Republicano y Demócrata en Estados Unidos responden exactamente a los mismos intereses y sus diferencias apenas son de algunos matices, la podría dilucidar el presidente Joseph Biden a casi dos meses de terminar su mandato.
Hasta ahora la Casa Blanca no ha confirmado, pero tampoco ha negado las filtraciones en la prensa de ese país sobre la autorización hecha por Biden a Ucrania para utilizar misiles norteamericanos de largo alcance, de un rango de 300 kilómetros, para atacar territorio de Rusia.
Supuestamente esto se haría para fortalecer la maltrecha figura del presidente Bolodomyr Zelenski, en caso de una eventual negociación de paz para poner fin al conflicto en Europa del este iniciado, como se sabe, por la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN.
De convertirse en realidad la, hasta hoy supuesta, autorización de Biden, este paso merecería el mismo calificativo empleado por el político francés Joseph Fouché, en el sentido de que sería “peor que un crimen, sería una estupidez”.
El saliente gobernante estadounidense dejaría al mundo al borde de una tercera, y casi seguramente, última guerra mundial.
Como han dicho numerosos analistas y lo manifestó el mismo presidente Vladimir Putin, este no es un enfrentamiento de Ucrania, sino de la OTAN, es decir de la Unión Europea y Estados Unidos, contra Rusia.
Permitir que Kiev utilice armas de largo alcance es prácticamente una declaración de guerra a Moscú por estas potencias y eso tendrá consecuencias lamentables e irreversibles para toda la humanidad.
Como lo advirtió en alguna ocasión Albert Einstein, si la humanidad desata una tercera guerra mundial, la cuarta, si queda alguien para librarla, será a pedradas.
La víspera el vocero de la presidencia en Moscú, Dimitri Peskov señaló que “si en verdad se confirma que Washington dio luz verde a Kiev, significaría cualitativamente una nueva fase de tensión y un grado de mayor implicación de Estados Unidos”.
El punto es que Ucrania no puede, por sí sola, emplear esos misiles aún teniendo autorización, porque son los especialistas en Washington, o Londres y París en caso de que Reino Unido y Francia se sumen a semejante tontería, quienes definen las trayectorias en base a sus sistemas de espionaje satelital.
La siguiente etapa sería de otra magnitud y nadie hoy día, a menos que sea un fanático enajenado, puede aspirar ni por asomo o casualidad, a ganar una guerra nuclear.