Foto: La Vanguardia
Por: Roberto Morejón
La acusación formal a Jair Bolsonaro por la policía de Brasil de participar en un intento de golpe de estado junto a otras 36 personas, coloca al ultraderechista expresidente en una grave situación legal.
Después de una prolongada investigación, la policía dictaminó que el ex capitán del ejército planeó, actuó y tuvo dominio de la trama golpista encaminada a impedir la asunción del hoy primer mandatario, Luiz Inacio Lula Da Silva.
El juez del caso difundió el profuso informe final con las pruebas sobre cómo numerosos militares, civiles y Bolsonaro urdieron la asonada contra Lula, sin llegar a su término porque dos altos jefes de las fuerzas armadas se negaron a secundarla.
La pesquisa policial señala a los complotados por abolición violenta del Estado de derecho, entre otros delitos muy graves.
No puede olvidarse que fanáticos del anterior estadista asaltaron la sede de los tres poderes en enero de 2023, poco después de la toma de posesión de Lula.
Bolsonaro, quien nunca rechazó la conducta impropia de quienes saquearon instituciones públicas, ha sido colocado contra las cuerdas, entre otros indicios por la confesión de su secretario personal durante su mandato, teniente coronel Mauro Cid.
El ex gobernante, quien finge tener el camino expedito para concurrir a las elecciones de 2026, está imputado asimismo por falsificar certificados de vacunación durante la pandemia y por apoderarse de joyas regaladas por un país de Oriente Medio.
A su vez, está inhabilitado para participar en los próximos comicios por alegar que el sistema electoral de su país podría ser manipulado, al no utilizar boletas de papel.
El Tribunal Supremo Electoral dictaminó que Bolsonaro abusaba de su poder para arrojar dudas sobre la fiabilidad del sistema de votación.
Con este lastre deberá actuar Bolsonaro, a quien sus cómplices no le restan inculpaciones en esta coyuntura, la primera en la historia de Brasil en la que oficiales de alto grado son acusados de atentar contra el orden democrático.
No es de extrañar que con esas influencias de la ultraderecha, nuevos fanáticos cometan delitos, como el de un hombre que el 14 de noviembre intentó atacar la Corte Suprema en Brasilia.
De manera de que Jair Bolsonaro, admirador de Donald Trump, está en serios aprietos por las evidencias de intentar subvertir la democracia de Brasil y por fomentar un aparato de odio.
La extrema derecha latinoamericana, de la que Bolsonaro es parte, no parece escatimar instrumentos para asirse del poder. FIN