Shabia Mantoo: todos los días hay noticias de supervivientes que sufrieron violencia brutal, tortura o abusos sexuales,
que en muchos casos constituyen armas de guerra o muestras de dominación. (Foto: UN Media)
Por Guillermo Alvarado
En un mundo donde países poderosos gastan con inédito entusiasmo cifras inimaginables para exterminarse entre ellos o eliminar a pueblos que consideran inferiores, hay muy pocos recursos, sin embargo, para rescatar a las víctimas de esta tragedia, en particular mujeres y niñas.
De acuerdo con cifras de la Organización de las Naciones Unidas, en 2024 hay por lo menos 120 millones de refugiados y desplazados en todo el mundo como consecuencia de conflictos armados, cambio climático, violencia, inseguridad y persecución política.
La mitad, por lo menos, o sean 60 millones, sobreviven en una situación más precaria que el resto y son la viva representación de aquella popular frase de que las cosas nunca están tan mal, como para que no puedan ponerse todavía un poco peor, hablo de las féminas y las menores de edad.
Así lo indicó un informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur, donde señala que en 2023 las denuncias por violencia sexual relacionada con los conflictos aumentaron en 50 por ciento y las mujeres y niñas representaron 95 de cada 100 casos, una estadística verdaderamente escalofriante.
Más aún, en realidad este escandaloso recuento es apenas una pequeña fracción de la realidad, porque en muchos remotos lugares del planeta no hay acceso humanitario, o los recursos resultan casi inexistentes, por no mencionar el nulo acceso a la justicia.
La portavoz de Acnur, Shabia Mantoo, indicó que todos los días hay noticias de supervivientes que sufrieron violencia brutal, tortura o abusos sexuales, que en muchos casos constituyen armas de guerra o muestras de dominación.
En realidad no se trata de algo nuevo. En una sociedad atacada por amnesia colectiva es bueno recordar que en los años 70 y 80 de la centuria pasada, durante el conflicto armado interno en Guatemala, las mujeres y las niñas se convirtieron en arma de dominación y humillación por el ejército.
En los planes de exterminio, por cierto elaborados bajo la dirección del Estado sionista de Israel, se contemplaba la desaparición completa de aldeas y sus habitantes. Los hombres eran obligados a ver cómo sus esposas e hijas eran violadas masivamente y luego los ejecutaban.
A ellas les permitían vivir días o semanas más para seguir abusándolas y luego también las eliminaban. Cualquier parecido con las atrocidades de este último año en el Oriente Medio no es coincidencia, atrás está el símbolo sionista.
Sudán o Afganistán, entre otros, son muestras claras de un sistema de dominación enfermo, que debe ser sustituido mientras aún tenemos tiempo de salvar a nuestra especie de su peor enemigo, ella misma.