
Foto: WHYY
Por: Maritza Gutiérrez
En un interesante artículo editorial publicado por el periódico mexicano La Jornada con el título «Aranceles: la implacable realidad», se hace un análisis de cómo la actual obsesión de Trump por hacer «América grande otras vez» (MAGA), ha puesto al magnate en una curva de decisiones incoherentes y cambiantes, que a muchos preocupan y a otros enervan.
Tras sus primeros anuncios sobre aranceles, el mercado bursátil mostró síntomas de lo que vendría después, el colapso del pasado 9 de abril, que obligó a Trump a declarar una pausa de 90 días en las tarifas recíprocas aplicadas a casi doscientos países y a establecer solo un arancel universal del 10 por ciento para todos sus socios comerciales, a excepción de China. Por supuesto, esto no lo reconoció abiertamente.
Poco después, se informó que la presión de las grandes empresas tecnológicas lo obligó a exceptuar de las tarifas a teléfonos inteligentes, computadoras, unidades de almacenamiento y procesamiento de datos, semiconductores, chips de memoria, pantallas planas y otros dispositivos, sin importar su origen. Sin embargo, el propio Trump salió a decir, una vez más, que no habrá tales excepciones.
En otro frente significativo de su conflicto con el mundo, admitió que permitirá que permanezcan durante un tiempo todos los inmigrantes indocumentados que laboran en el sector agrícola, lo que de facto anula su amenaza de llevar a cabo la deportación más amplia de la historia. Recordemos que sus antecesores nunca dejaron de realizar masivas deportaciones.
Aunque en algún momento ha hecho bromas con que ahora todos le ruegan por negociar, lo cierto es que en menos de una semana, el magnate destruyó la credibilidad de sus amenazas y lo más probable es que aunque varios países quieren algún tipo de negociación, vale preguntar ¿se apresurarán a negociar con él, si basta con esperar unos días –o unas horas– para escucharlo desdecir lo que antes dijo?
Por otra parte, si reflexionamos un poco vemos que de manera implícita ha reconocido las dificultades de su presunto proyecto de forzar a las grandes compañías a mudar sus fábricas a territorio estadounidense. Muchas son las motivaciones para no hacerlo.
En fin, como bien se comprende tras leer el editorial del periódico mexicano y observar los vaivenes del actual inquilino de la Casa Blanca, no todo es coser y cantar para ese afán conocido como MAGA porque la realidad se abre paso cada día.
Por ejemplo, no caben dudas acerca del desarrollo alcanzado por China y su sistema fabril. Para alcanzarlo Trump tendría que facilitar la formación y especialización de millones de científicos, ingenieros y técnicos, objetivo imposible en un país donde la educación opera como una mercancía más y no como un recurso estratégico. Por supuesto, eso nunca lo haría, pero ciertamente buscará promover mecanismos para una vieja política que la nación norteña ha practicado siempre, el robo de talentos. Aunque no sería suficiente para contrarrestar el avance de China.
De modo que si Trump realmente desea recuperar los empleos manufactureros bien remunerados en su país, tendrá que implementar medidas completamente diferentes a las que ha promovido hasta la fecha, empezando por inversiones prácticamente ilimitadas en educación técnica y universitaria gratuita, así como en programas para acoger e integrar a millones de migrantes que buscan oportunidades educativas y laborales en aquel país.
Muchas son las aristas que se pueden abordar, pero lo cierto es que con sus politicas y guerra arancelaria, sus propios ciudadanos ya dan señales de desconfianza y oposición, según algunas encuestas allí realizadas.
Mientras tanto, el mundo observa cómo el presidente Trump levanta sus armas arancelarias sin medir consecuencias para sus propias empresas, a las que ya comenzó a perjudicar. Ante cada nueva arremetida chocará con una realidad que al final mella su credibilidad y provoca el efecto contrario en su febril objetivo MAGA.