Por: Guillermo Alvarado
Durante su visita al estado de Chiapas, el más pobre de México y el de mayor concentración de comunidades originarias, el papa Francisco hizo un llamado a pedir perdón a los pueblos indígenas por los siglos de exclusión a que han sido sometidos desde la conquista europea hasta nuestros días.
Ante una gran multitud en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, el máximo jerarca de la iglesia católica aseguró que “muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!”
Las palabras de Francisco significan un llamado urgente a dignificar y valorar a millones de seres humanos que durante la llamada conquista de América y las más de cinco centurias posteriores fueron víctimas de todo tipo de despojo, desde sus tierras ancestrales, su cultura y religión, su dignidad, libertad y, en innumerables ocasiones, de sus vidas mismas.
Son también una magnífica oportunidad para cerrar la terrible brecha abierta aquel fatídico 12 de julio de 1562 cuando la hoguera levantada por el obispo Diego de Landa en la localidad yucateca de Mani consumió cientos, quizás miles de textos y otras obras importantes, que contenían el testimonio de la gran riqueza cultural, científica y espiritual alcanzada por los pueblos mayas y dejó a la posteridad huérfana de esa magnífica herencia , de todo ese cúmulo de valores, perdidos para siempre.
Hoy día sólo quedan unos pocos libros sobrevivientes a esa hecatombe, los llamados “códices”, de contenido aún desconocido con exactitud, y casi todos ellos en tierra extraña: el de Dresde, en Alemania, el Peresiano, en París, y el Tro-Cortesiano, en Madrid. Sólo permanece en el Museo de Antropología de México el Grolier, cuya autenticidad aún discuten los especialistas.
En la hoguera de Landa también se consumieron los derechos más elementales de los pueblos indígenas que, sólo con honrosas excepciones, entre ellas Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, entre otros pocos países, todavía no han sido restituidos en el resto de nuestro continente, llamado Abya Yala por sus pobladores originarios.
De allí la importancia del llamado del papa Francisco a pedir perdón por tantos crímenes que, por supuesto, no debe quedarse sólo en la opción semántica del término, sino convertirse en una serie de políticas de Estado encaminadas a resolver los graves problemas de salud, educación, vivienda y otros servicios, que son crónicos entre los indígenas, calificados como los más pobres de entre los pobres.
Resulta imperativa también la restitución y respeto de sus territorios, concepto que va más allá del espacio físico donde estuvieron o están asentadas sus comunidades e incluye los suelos, la flora y fauna, las tradiciones y los conocimientos, las costumbres y la cosmovisión ancestral.
Las palabras del pontífice traen inmediatamente a la memoria aquellas de José Martí, a la vez admonitorias y proféticas: “no se ve cómo del mismo golpe que paralizó al indio se paralizó a América? Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien la América. FIN