por Guillermo Alvarado
Aún bajo la conmoción del referendo que aprobó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el llamado Brexit, ambas partes apuran el proceso de separación en medio de divisiones y dudas sobre los efectos a corto y mediano plazo de esta inédita situación.
Este martes los miembros del partido Conservador británico comenzaron la selección del sucesor del primer ministro, David Cameron, quien presentó su renuncia tras conocerse los resultados y abandonará su cargo en octubre.
Son cinco los aspirantes a sucederlo, pero tres están considerados con mayores posibilidades de llegar al cargo, la titular de Interior, Theresa May, la secretaria de Estado de Energía Andrea Leadsom y el ministro de Justicia Michael Gove.
De manera particular figuran como favoritas May y Leadsom, a quienes la prensa les otorga « un toque de dama de hierro », en alusión a la ex primera ministra Margaret Thatcher, de triste memoria para muchas generaciones.
Quien quiera que arribe al poder tendrá que lidiar con las consecuencias de una separación que no aparece como buena para nadie.
La situación también es compleja en el resto de los miembros del bloque, donde se avivan las divisiones en torno a cuál debería ser el futuro de ese mecanismo, si el fortalecimiento de la integración política, como propone Francia, o la devolución de más capacidad de decisión soberana a los Estados miembros, una posición defendida por Alemania.
En el fondo de esta discusión subyace el espinoso tema de qué es lo mejor en estos momentos, si fomentar la inversión, el empleo y el crecimiento económico, o apretar aún más el cinturón de la austeridad.
Algunas mentes lúcidas recuerdan que la principal decepción del ciudadano común y corriente está en los elevados costos que los mecanismos europeos han significado para muchas familias. Hay quienes recuerdan con nostalgia, por ejemplo, las monedas nacionales que fueron sustituidas por el euro, acompañado con medidas muy rígidas de funcionamiento cuyo primer impacto fue el alza del precio de alimentos y servicios indispensables.
Una moneda común para países de diferente desarrollo económico, sin contar con los adecuados instrumentos de compensación, trae a la larga contradicciones graves. Pero si a ello se le agrega una austeridad a ultranza que impide a los países aumentar su inversión social y los lleva a privilegiar los beneficios para la banca y la gran empresa, entonces el fantasma de la separación no hace sino crecer.
Son estos algunos de los temas que los líderes europeos deben resolver a corto plazo para definir si existe un futuro, y determinar, en todo caso, cuál será el papel de las familias pobres y medias en ese proyecto.
Hasta tanto se resuelvan estas contradicciones, la fragilidad será una constante en un grupo, la Unión Europea, que pareció llamado a jugar un rol mayor en un mundo que se preveía en su momento como multipolar.