por Nicanor León Cotayo
¿Hasta dónde llegó el lavado de cerebro a cubanos que durante el último medio siglo se trasladaron a Estados Unidos? Un reciente artículo del influyente periódico The New York Times contribuye a esclarecerlo.
Su titulo “Viajar a Cuba abre una brecha entre los exiliados y sus hijos en Estados Unidos”, bajo la firma de Alyson Krueger.
Este último narra la visita hecha a Miami durante la última navidad por Michael y Gisel Dávila, una pareja que vive en Queens, Nueva York.
Luego reproduce la conversación sostenida por la madre de Gisel, María C. Castillo.
El diálogo abordó temas que incluyeron vacaciones, trabajo y clima hasta que Gisel (30 años de edad) mencionó la posibilidad de viajar un fin de semana a Cuba.
“Pero por supuesto que no”, dijo de inmediato con tono agrio su madre. “No pueden ir”.
Su yerno Michael, de 33 años de edad, le comentó al periodista Krueger:
“No fue nada agradable”, “creo que si fuera a Cuba con mi esposa, mi suegra nunca nos lo perdonaría”.
Krueger recuerda que para la mayoría de los cubano estadounidenses, hijos de segunda generación, solo podían acercarse a su territorio a través de historias contadas por sus padres y abuelos inmigrantes.
Como es de suponer, el Times no explicó las razones históricas que llegaron a convertir a Cuba en una neocolonia de Estados Unidos hasta enero de 1959.
Pero ahora, escribe Krueger, gracias a que se van restaurando los nexos diplomáticos bilaterales, la isla se ha convertido en un destino frecuente.
El periódico también subrayó que, aún cuando desde 2009 se permitió las visitas de inmigrantes a su nación de origen, múltiples noticias influyen en ellos al respecto así como la gran cantidad de personas viajando hacia La Habana.
A pesar de todo, alerta Krueger, cuando hay proyectos familiares de trasladarse a su territorio, en algunos casos llegan a fomentar discordia entre miembros de distintas generaciones.
Padres y abuelos que vivieron en carne propia la revolución comunista –dice el Times- los sobrecoge la angustia de pensar que sus seres queridos pongan un pie en suelo cubano.
Pero los jóvenes nacidos en Estados Unidos anhelan ver con sus propios ojos ese país que por tanto tiempo ha estado presente en las historias que moldean su identidad.
“Imagina lo que significa haber crecido oyendo todo el tiempo acerca de ese país, y no poder ir nunca”, dijo Dávila”.
Ademàs toman con seriedad la posición de su madre, María C. Castillo, porque ella al igual que otros, abandonaron el país en los años sesenta y setenta.
Michael dice por su lado: “Cuando se enteraron de que quería viajar, las hermanas de mi papá preguntaron: ‘¿Pero por qué vas? Solo vas a conseguir que te arresten. Vas a darle dólares al gobierno. Los comunistas te van a lavar el cerebro”.
Una estudiante de 20 años de edad, también citada por The New York Times, Miranda Hernández, quien cursa su carrera en la Universidad de California, declaró:
“Me angustiaba pensar cómo reaccionaría mi familia si les dijera que piensa visitar la, isla, siempre me inculcaron no tenía algo que hacer allá”.
Pero este año decidió ir a pesar de sus objeciones. Acudió a Cuba One, una nueva organización sin fines de lucro que organiza traslados de cubano estadounidenses entre 20 y 39 años de edad sin costo alguno.
Hernández participó en el viaje inaugural de CubaOne en junio. Fue a visitar la vivienda del barrio de Luyanó, en La Habana, donde creció su madre y el hospital donde nació.
También conoció a su tío abuelo, a un primo segundo y a unos primos gemelos de 16 años; le sorprendió descubrir que estos últimos tienen un gusto musical parecido al suyo.
Hernández disfrutó las historias de su familia cubana y compartió muchas fotografías de la cubanoestadounidense. “Cuando me reuní con ellos por primera vez, fue como si los conociera de toda la vida”, relató. “Fue una experiencia surreal”.
Steven Andrew García, de 29 años, vive en Los Ángeles y visitó la antigua casa de su familia en el barrio La Víbora de La Habana.
Vanessa García, una escritora de 37 años, se enteró de la peor manera que su madre repudiaba que viajara a Cuba.
En 2009 ella adquirió un boleto de avión con destino a La Habana que incluía a su hermana, algo notificado después a su mamá, Jackie Díaz-Sampol.
La referida muestra del New York Times finalizó así:
“Se puso extremadamente roja y comenzó a saltarle una vena de la cara”, contó García sobre la reacción de su madre.
“Y dijo: ‘Me va a dar un ataque. Vas a matar a tu madre’. Rompí los boletos y los tiré, aunque habíamos pagado 500 dólares por cada uno y no eran reembolsables.”
Solo algunos ejemplos, sirven para corroborar hasta dónde ha llegado la maquinaria propagandística de Estados Unidos contra Cuba.
Pero también el gradual surgimiento de nuevas ideas entre esos cubanos menos corroídos por el veneno que hacen consumir en ese paìs a todos los ámbitos de su sociedad.