Por Martín A. Corona Jerez
Recordar la epopeya de los expedicionarios del yate Granma, escrita con letras de oro hace 60 años en el cielo de la Patria, es viajar a uno de los acontecimientos más impresionantes en la historia del pueblo cubano.
Junto a la hazaña de Fidel Castro y otros jóvenes, hasta completar 82, incluidos cuatro extranjeros, resulta inolvidable el heroísmo de centenares de hombres y mujeres que arriesgaron sus vidas al auxiliar a los revolucionarios tras el desembarco.
Los ayudantes, unos organizados previamente por la heroína Celia Sánchez Manduley, y otros de manera espontánea, contribuyeron a salvar a los principales líderes del Ejército Rebelde y de la Revolución socialista de Cuba.
No se conocen todos los detalles del plan de desembarco, ni de los preparativos para la recepción, y será cada vez más difícil completar esa madeja, porque, como es lógico, la mayoría de las precisiones y decisiones finales no se escribieron.
Tampoco resultaba correcto que todos los participantes tuvieran información exacta de lo proyectado, y nadie puede negar la necesidad de que en una empresa tan arriesgada se contara con varias alternativas.
Aún así, es evidente que Celia organizó una red humana, hasta donde era posible, lógico y prudente, para ayudar a los héroes que arribaron el dos de diciembre de 1956 al punto costero Los Cayuelos, del cuartón Las Coloradas, barrio de Belíc, municipio de Niquero, provincia de Oriente.
De otra manera no es posible explicar la existencia de grupos de hombres informados en Campechuela, Media Luna, Niquero, El Plátano, Ojo de Agua de Jerez, Purial de Vicana y otros lugares de la actual provincia de Granma.
Por supuesto, no debían ser grupos numerosos, porque lo previsible era la necesidad de guías para facilitar el desplazamiento de los revolucionarios en terreno desconocido.
Si no hubiera existido la citada red, ¿cómo se concibe que varios implicados conocieran que la finca El Salvador, de Ramón (Monguito) Pérez Montano, estaba prevista como posible punto de concentración?
Los hechos no ocurrieron como estaban diseñados o esbozados: el levantamiento armado en Santiago de Cuba precedió al desembarco; la llegada de los expedicionarios no tuvo lugar por alguno de los puntos donde se esperaba, y tres días después de tocar tierra, los revolucionarios fueron dispersados.
Esto último puso a prueba la mencionada red humana, la cual, con intervención mayoritaria de personas no previstas, ayudó a salvar a los principales jefes del grupo armado y los condujo a sitios intrincados de la Sierra Maestra, donde comenzaría la parte final de la Guerra de Liberación Nacional (1956-1958).
Decisivas resultaron las acciones de hombres y mujeres de las familias García Frías, Pérez Montano, Pérez Zamora y Fajardo Sotomayor, quienes indiscutiblemente estaban contactados y liderados por Celia.
Varios de ellos se incorporarían al naciente Ejército Rebelde en los días de aquella dispersión que estuvo a punto de liquidar la empresa liberadora.
También es verdad que algunos grupos organizados no intervinieron en la ayuda, por residir lejos del lugar de los hechos, porque hubo indicios de penetración enemiga o por otras razones.
Otro aspecto a destacar es la participación espontánea de campesinos y campesinas que no estaban previstos, pero honraron el principio cristiano de hacer bien sin acatar a quién, además de exhibir la estirpe mambisa de muchos de ellos.
En este caso fue numerosa la cantidad de familias, y en los textos faltan algunas de ellas. Baste, como ejemplo, mencionar a la familia Hidalgo.
Tras la dispersión, ocurrida tres días después del desembarco, el primer lugar donde recibe ayuda el grupo de Fidel es la casa de Clotilde (Cota) Cuello y Daniel Hidalgo, en La Convenencia, y el segundo resulta la vivienda de Vicente Hidalgo, tío de Daniel, en El Copal.
Por su parte, el grupo de Raúl obtiene auxilios primeramente en la finca de Antonio (Neno) Hidalgo, hermano de Vicente y tío de Daniel.
En esta finca, ubicada en la intrincada comunidad de Ojo del Toro, los expedicionarios son ayudados por Neno, su esposa, hijas, yernos y otras personas, incluido Arsenio Hidalgo, quien era sobrino de Neno y Vicente.
Arsenio estuvo encargado de inyectar al joven revolucionario Ernesto Fernández, quien permaneció algunos meses en Ojo del Toro, debido a la imposibilidad de caminar.
En definitiva, junto a la inmensa hazaña de Fidel Castro, Raúl Castro, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Juan Almeida y demás navegantes del Granma, se escribe una brillante historia de humanismo y valor en la que sobresalen hombres y mujeres nativos de la provincia que lleva el nombre de la nave.
Celia Sánchez Manduley, Guillermo García Frías, Crescencio y Ramón Pérez Montano, Ignacio Pérez Zamora, Manuel Fajardo Sotomayor y otros, se suman en la travesía de los expedicionarios hacia la Sierra Maestra, para no despegarse jamás de la historia de Cuba.
(Tomado de la ACN)